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Esposa Ausente

Deja que aún en la ausencia
deja que el aroma del olivo
de su piel adormezca mi pasión
y duerman mis sentidos
hasta su llegada.

Señor poderoso Jehová,
 
tú que alzaste a tu hijo entre las
 
nubes y lo llevasteis hasta
 
la gloria de tu trono.
 
Tú que hicisteis del polvo
 
caído un nuevo hombre,
 
dándole un reino y un propósito a
 
su sangre redimida;
 
te pido has de tu sierva
 
la gacela de la llanura
 
de mi vida.
 
 
 
Deja que aún en la ausencia
 
deja que el aroma del olivo
 
de su piel adormezca mi pasión
 
y duerman mis sentidos
 
hasta su llegada.
 
Hazla fuerte, valiente, tenaz.
 
Dura y liviana como la hoz,
 
sin embargo suave como la brisa
 
refrescante de una tarde tórrida.
 
 
 
Hazla hermosa como el lagani auna,
 
sencilla como la hoja de papel
 
que deja que en ella escriba
 
el virtuoso y el villano.
 
 
 
Omnipotente Dios, no dejes
 
que su alma se bifurque
 
a los arroyos del mal.
 
Ni que su lengua satanice
 
el verbo de tu palabra,
 
ni que su cuerpo se convulsione
 
por una pasión sacrílega,
 
ni que las plantas de sus pies
 
corran tras senderos pedregosos.
 
 
 
Haz de su mirada mi faro;
 
de su rostro limpio y aterciopelado
 
el camino abstracto
 
a su figura subyacente.
 
 
 
Tiende el puente del amor
 
entre su alma y mi alma.
 
Tú la esencia de la vida
 
el dador alegre, el
 
virtuoso y misericordioso
 
aviva el fuego de
 
nuestras vidas con un
 
soplo de tu aliento de amor,
 
que llene las cuencas de nuestros
 
cuerpos y seamos un mar
 
aunque separados por los continentes,
 
pero unidos por tu soplo de vida.
 
Jehová, tú que concebiste
 
a la familia como
 
el principio de la continuidad
 
y sentenciaste:
 
 
 
“Lo que Dios ha unido
 
no lo separe el hombre”.
 
 
 
No dejes que la distancia
 
ni los pesares, ni los sinsabores
 
del vivir quiebren los muros
 
del hogar de los míos.
 
 
 
Haz de ella la esposa fiel
 
que valora lo poco que le doy
 
como tu valoraste las
 
míseras moneda de la viuda
 
de la parábola de tu hijo.
 
 
 
Hazla más a mi que en el ayer,
 
que mi corazón cruje
 
por cada ofensa que prodigue
 
y si su ausencia es el
 
castigo merecido que me das,
 
recuerda que tú aprietas
 
pero no ahogas y estoicamente
 
mi alma ha soportado
 
los aprietos del Adiós.
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