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Se ciudad, se espejo.

Perdí tu rastro en
algún momento de la historia.
Te quedaste prisionera en los
conventillos sacrílegos de tus dueños.
Dijeron que eras Roma.
Luego te llamaron Alejandría
y te dieron nombres prestados
para que vivieras vidas ilusorias.
No eres mas de lo que ellos
han querido hacer de ti,
una muñeca de la historia;
reflejo lumínico que ha llegado
a retractar su vientre para
acogerme en su vasija útero;
despojo de vida de 6 mil años
de historia que desandaré en mi memoria.

Te he visto reflejada en los espejos
de los ojos de todos los que
instintivamente me miran, me desnudan,
me persiguen, me inquieren.
Son espejos centrífugos, cóncavos y convexos.
Puedo sentir sus frías láminas de plata o aluminio.
Calidoscopios gigantes que reflejan
los claro oscuros de tu mirada penetrante
que como lanza me aguijonea
buscando la manzana, el fruto prohibido.
Son espejos mágicos que reflejan
las luces de las libélulas que pululan
la ciudad como pequeñas antorchas
enjutando los charcos de llanto
de los amantes alineados
a la otra orilla del paraíso.
 
No es suerte que hayas aparecido
virtualmente Alicia, a través del espejo.
Estuviste desaparecida hasta
que te invento Lewis Carroll,
dejándote ver traslucida.
Eres el mimetismo de las mujeres
que calientan su bolsa virginal
en astillas de enebro, que plantan
su semilla en el árido desierto
y cosechan higos dulces,
vid, olivos, aromas y argán.
 
El azogues de tus espejos diluidos
en mercuriales sonrisas
levantan mis veleras.
Me guio por el sextante para
planear mi llegada a la
otra orilla de tu océano.
Se que grávida levitada por
el unicornio de mis deseos
como la Sulamita, estarás
vestida de lirio. Tus versos lograran
la conversión del desposeído
y seré dueño de la viña,
el amante esperado y deseado.
No abra en tus espejos ningún
reflejo de la huella del tiempo.
Intemporal abrazaras a todos
los hombres de la tierra
fingiendo ser madre, fingiendo ser pura,
fingiendo ser casta hasta derruir
mi semilla sarracena, mi semilla indígena,
mi semen mestizo. Habrás fundido
tu piel nívea en el oscuro horizonte del nigromante.
 
De piel, de huesos,
de músculos, articulaciones.
De barro sucio y polvo cósmico.
De relleno espiritual, mitos,
elucubraciones, santerías, esoterismo.
Eres figura post diluviana
enmarcada en grabados y relieves.
Tus reflejos azogados vuelcan
las láminas de un mundo difuminado
por una historia contrapuesta en aguas fuertes.
 
Perdí tu rastro en
algún momento de la historia.
Te quedaste prisionera en los
conventillos sacrílegos de tus dueños.
Dijeron que eras Roma.
Luego te llamaron Alejandría
y te dieron nombres prestados
para que vivieras vidas ilusorias.
No eres mas de lo que ellos
han querido hacer de ti,
una muñeca de la historia;
reflejo lumínico que ha llegado
a retractar su vientre para
acogerme en su vasija útero;
despojo de vida de 6 mil años
de historia que desandaré en mi memoria.
 
Hoy los alacranes han salido a las calles.
Llevan levantados sus emponzoñadores como artilugios.
Las mujeres de la ciudad vestidas
de satines y sedas danzan en bares y plazas.
La ciudad es una algarabía de seducción.
Los proxenetas y pederastas
con panderetas y largos pitos
se han apostados en las puertas
de las iglesias para llamar
a las vírgenes a la orgía de Delfos.
 
Las luces están en lo alto,
desde el cerro Santa Ana,
bajan como una larga cabellera
lúdica por el malecón de la ciudad
y toman el camino de la ría
hasta perderse en la noche
buscando el manglar
donde desovar su preñez.
 
Es Guayaquil, la ciudad más lírica
donde se sorbe la poesía
como una jarra de cerveza.
Donde se junta la palabra para
la construcción y des construcción del verso,
del soneto, de la realidad apabullante
que te obliga a desoír la conciencia
e inventarte a ti mismo,
porque sientes que esta des construcción
solo te llevará a ser uno mas del montón
y te resistes porque sabes
que los espejos de la ciudad
te estarán proyectando una
y otra vez en las miles de cámaras
que como ojos de luciérnagas
pasan su vuelo rasante
sobre tus espaldas cargadas
de los sueños ajenos.
Se ciudad, se espejo.

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