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COMEDIA AL PIE DE LA LUNA

(o, Charada al pie de la luna;
o, Tierna canción lunática)

             Obrilla cómica para niños y jóvenes, y para adultos que no hayan perdido la razón.-
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Esta  pequeña obra literaria la escribo como homenaje respetuoso a la locura, a la sublime nobleza que ella representa... El individuo, sabiéndose incapaz de luchar contra la sinrazón del mundo, se repliega, se retira hacia sí; cede, de grado, cada vez más territorio de su espacio vital... hasta anularse, hasta alcanzar la indispensable sensatez que en el desafuero angustiante de la realidad descubriera denegada.
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«La verdad suele aflorar entre broma y broma»  (proverbio japonés).

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PRIMERA DEDICATORIA:  A mis distinguidas amigas Brunilda Contreras y Fiume Gómez de Michel.
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SEGUNDA DEDICATORIA:
Al cascarrabias Rogelio,
que toma la vida en serio;

al holgazán sin diploma,
que deja la vida en broma;

y al que, harto de moraleja,
ni la toma ni la deja...

dedico esta historia vieja.
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PERSONAJES:
Caballeros y damas en palcos y antepechos, engalanados. Jóvenes malabaristas de pie sobre sus cabezas. Tres, cuatro hábitos con cabezas de monjes. Diez soldados. Un negociante. Un empleador. Un ministro de gobierno. Dos fámulos. Un coro. Un cobrador de impuestos. Un cerrajero. Un capataz incapaz. El poeta. Los siete sabios de la Grecia antigua: Solón de Atenas,  Pítaco de Mitilene, Tales de Mileto, Bías de Priene, Cleóbulo de Lindos, Quilón de Esparta y Periandro de Corinto. Un lechero. Quince estudiantes. El autor de la obra. Un presentador. (Todos a la vez espectadores y actores).
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«¡Suba el telón, suba el telón, suba el telón!
¡He dicho: suuuuuba el telón! ¿No dije: “Suuuuba el telón”? ¿o no me oyen?»
         (Frase célebre del sabio Solón de Atenas)

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ACTO PRIMERO

ESCENA

Pequeño teatro atestado de público. Obra a punto de representarse. Alboroto, batahola, vocerío.

EL PRESENTADOR:
(Apresurado, con porte desgarbado pero solemne. Hace señales con el brazo izquierdo para llamar a calma. Con la mano derecha forma un improvisado altavoz).

Bien, señoras y señores,
señoritas, señoratas,
señoritos, señorotes,
gente discreta y sensata,
actores, actrices, público,
oyentes de cuatro patas...

ALGUIEN DEL PÚBLICO:
(Interrumpe, ofendido).

¿Oyentes de cuatro patas!
¿¿Oyentes de cuatro patas!!
¿Ha dicho usted, petimetre,
«oyentes de cuatro patas»?

EL PRESENTADOR:

Sí; he dicho yo, como he dicho,
«oyentes de cuatro patas»,
porque he traído mi gata,
mi bronca cabra y mi rata...

y me cumple a mí, señores,
considerarlas oyentes,
pues oyen, tras bastidores...

EL PÚBLICO:
(Con satisfacción).

¡Ahhhh! ¡Ahhhh!

EL PRESENTADOR:

Ahora, aclarado el curso,
torno al hilo del discurso:

(Torna al hilo del discurso).

Bien, señoras y señores,
señoritas, señoratas,
señoritos, señorotes,
gente discreta y sensata,
actores, actrices, público
y oyentes de cuatro patas:

Referiremos la historia
—exacta como ninguna—
que cuenta la relación,
dilatada relación,
querendona relación,
afamada relación,
difamada relación,
misteriosa relación,
tormentosa relación,
entre el poeta y la luna.

(Aplausos. Continúa el presentador).

...Que la luna inspiró el verso
y el poeta lo escribió;

que al poeta –¡pobre loco! –
la luna lo enamoró;

que la luna bla, bla, bla,
y el poeta blo, blo, blo...

pero no supimos nunca
cómo todo terminó,

cómo esta tragicomedia
un día se originó,

aunque leímos escritos
doctísimos de Platón

y unos papeles que Einstein
perdiera en el comedor...

UN SOLDADO:
(Interrumpe, incómodo e indignado).

¿Leer papeles ajenos?
¿Leer papeles ajenos?
¿Leyó papeles ajenos?
¡Vaya, mala educación!

EL PRESENTADOR:
(Avergonzado).

Lo sé; y pido disculpas
por mi baja condición...
La mona, mona se queda,
vista saya o camisón...

Pero, ¡baste de preámbulos!,
¡baste, baste de preámbulos!,
baste, baste de preámbulos,
baste, baste de preámbulos;
baste, baste, baste, baste,
baste, baste de preámbulos,
y empiece ya la función!

LOS JÓVENES MALABARISTAS:
(Alborotados, con silbidos).

¡Empiece ya la función!
¡Que empiece ya la función!

(Empieza ya la función. Entran los siete sabios de Grecia con casacas, báculos y monóculos. Los introduce el presentador).

EL PRESENTADOR:

De horizontes muy lejanos
siete sabios han venido,
sollozantes, sollozantes,
pues la luna
                           se ha perdido...

Dando tumbos calle arriba,
‘¡tac, tac, toc!’, tocan a tientas
siete sabios, y preguntan,
y preguntan y preguntan,
y preguntan y preguntan,
y preguntan y preguntan,
y preguntan y preguntan,
¡y a la luna no la encuentran!

EL SABIO SOLÓN DE ATENAS:
(Interpela al cerrajero).

Oiga usted, mi cerrajero
que cierra y abre las puertas,
capitán de cerraduras,
amo de llaves maestras,
erudito de tornillos,
picaportes, herramientas,
martillos, fresas, llavines,
tronzadores de tarjetas,
extractores de cilindros,
ganzúas, jambas secretas,
destornilladores, pinzas,
taladros, brocas, serretas,
palancana y palanquín,
palanquina y palanqueta,
¿vio,
              al pasar,
                                 pasar la luna?
Se perdió...
                         ¿Sabrá de ella...?

EL CERRAJERO:
(Con sorpresa e indignación. Se aíra. Sale del público. Hace amago de golpear al sabio con una pata de cabra).

¡No me acuse, caballero!

¡No me envuelva en ese caso!

¡Soy un hombre probo, y pruebo
que vivo de mi trabajo!

SOLÓN:

No le acuso, caballero...

EL CERRAJERO:

¡Ni se atreva usted a tanto!

(Amaga otra vez con la pata de cabra).

¡Yo desciendo del prohombre
Romualdo Visto y Hurtado!

SOLÓN:
¿Desciende usted del prohombre
Romualdo Visto y Hurtado?

¿...El que, aún terco analfabeto,
era Juez de los Estrados?

EL CERRAJERO:
El mismo que dice, digo.
¡Un  hombre bueno y honrado!

SOLÓN:
¿Quien demandó para sí
los títulos arreglados:
“Renovador de las Letras”,
“Jurista Docto” y “Letrado”?

EL CERRAJERO:
¡El mismo que ha dicho, digo!
¡Mi abuelo! ¡Noble y honrado!

SOLÓN:
Uhmmm... Pues...
¡no le acuso, cerrajero!
Preeeguntaba...
                                 pooor si acaaaso
la luna traba esas puertas
que vive usted destrabando...

EL CERRAJERO:
(Confundido.)

¿La luna... trabar las puertas...
que vivo yo... destrabando?

(Masculla).

¿¿Será un sabio verdadero??

(Grita).

¡Rollos! ¡Reyes! Digo: ¡rayos!,
este tonto, a mi criterio,
más que sabio es un lunático!

...Porque sabio llamo yo
al que, al ser más avispado,
se sacude de la cola,
mueve amigos, busca vados,
suelta saltos, bruñe breñas,
se desliza coima en mano,
y consigue fácilmente
las cosas que a los tarados
por senderos rectilíneos
les cuesta taaanto trabajo.
¡Sabio hondo, digo yo!
Sabio de sabios: resabio.

¿Conque sabio es este necio?,
¡sabio es mi abuelo Romualdo!

SOLÓN

Esa es otra discusión...

EL CERRAJERO:
...que sobra.
                        ¡Ya me hago cargo!
¡En este mundo de cuerdos
todo sabio es un lunático!

SOLÓN:

Por eso, precisamente,
sé muy bien de lo que hablo...

Como soy experto en lunas,
¡lógico que sea lunático!

...Si al que sabe matemáticas
se le dice ‘matemático’
y al versado en diplomacia
se le nombra ‘diplomático’;
todo aquel experto en lunas...
¡propio que sea ‘lunático’!

Quien pregona democracia,
¿no es un hombre “democrático”?,

quien se agencia alguna cátedra,
¿no es un alto “catedrático”?

Lo que vive bajo el agua
bien se entiende que es acuático...,
y lo elevado al cuadrado
todos saben que es cuadrático.

...Juzga bien, mi cerrajero,
al llamarme usted ‘lunático’,
porque soy un diestro en lunas,
astrónomo licenciado...

y a la verdad de la lógica...
¡va la verdad del vocablo!

                   (Vase el cerrajero. Pasa el lechero, que es detenido y abordado por el sabio Pítaco de Mitilene.)

PÍTACO DE MITILENE:
(En tono doctoral).

¿Sabe usted, señor lechero...?
¡Ejemm! ¡Ejemm!

...Se producen las mareas
por influjos de la Luna
sobre la faz de la Tierra.

Ahora, hallada perdida
la Luna... ¡es el gran problema!

Tememos un cataclismo,
un brusco temblor, un sismo...
y, por efecto del mismo,
probablemente un abismo
se abrirá...
                     ¡Dios ni lo quiera!

EL LECHERO:

¿Anda perdida la luna?

PÍTACO:
¡Perdida toda-todera!

La terca se halla perdida.
¿La ha visto usted?
                                       Si la viera,
reporte.
                Con altruismo
y mostración de civismo
inventará el periodismo,
nos salvará del abismo,
conjurará el cataclismo,
no habré ni temor ni sismo...

¡Resolverá el gran problema!

¡Será el héroe,
                                  y en la plaza,
junto insignias y banderas,
se exhibirá su figura
de salvador de la Tierra!

Una tarja habrá que diga:
«He aquí al lechero. Era
sumatoria de bondades
y un as de la inteligencia.
Este hombre dedicado
puso especial diligencia
en encontrar a la Luna
¡y en completar la Proeza!»

...Y ¡pla!, ¡pla!, ¡pla!,  los aplausos
y vivas e incontinencias
por don fulano de tal,
lechero por excelencia
de la provincia de tal,
de tal país, de tal época...

En ningún lugar del mundo
vivió persona más buena...

...Ni de tan alta prosapia,
ni de tan alta prosapia:
hijo de doña Tenencia
y don Hemedando Saltos
Caprinos de Revolvencias.
¡Sí!

¡Y hasta dirán que su ordeño
era una alta poética!
«La aprendió de Meschonnic
cuando estudiaba el esteta
en la Escuela de París,
telar de las eminencias...»

¡Qué ordeño tan elegante!
¡qué arte! ¡qué transparencia!
¡Es poesía inconsútil
la forma en que usted ordeña!
Hala que hala y recoge,
vira las manos y aprieta...
¡qué teoría del ritmo
al presionar esas teclas!
Voilà! La mueva lingüística
dada en lecciones de Estética.
¡Jure hacerla figurar
en cuadernos de poética!

«Con divinal ambrosía
alimentaba sus cabras
—alguien dirá de su Hato
o de su ciencia macabra –,
pues mezclaba sabiamente
el pienso con la palabra;
¿se anudó la cabra hética?
¡propínese una infusión
de semiótica dietética!»

¡Así lo encumbran, señor,
si con la luna tropieza!
¡Y créalo! En este mundo
casi todo se exagera
para cumplir los cumplidos
y por las buenas maneras...

(o por tender y aceitar
el riel de la conveniencia).

EL LECHERO:

¡Qué lunas de quintos cuartos!
¡A mí me importa caramba!

¡Al cabo, solo me importa
lo que producen mis cabras!
Esté creciente o menguante
o nueva o alborotada...
¿le importa eso a un lechero,
si vive de lo que gana?

PÍTACO:
¿Me dice usted? ¿Cómo dice?
¡Escucho y no entiendo nada!

EL LECHERO:
...Que vendo quesos selectos,
mantequilla empaquetada...
¡Muy otra sería la historia
si las lunas se ordeñaran
y dieran quesos gruyeres
y la gente los comprara...!

PÍTACO:
¿Me dijo usted? ¿Cómo dijo?
¡Escucho y no entiendo nada!

EL LECHERO:
(Aparte.)

¡Mejor no entienda!
                                         ¡Me largo
a cumplir con mi jornada!
Honores, pompas y glorias
en realidad no alcanzan
para tantos que, en su búsqueda,
no digo corren: se arrastran.
No están hechos para mí
que no salgo de mi casa
ni cuelgo de poderosos
ni ofrezco alguna ventaja.

Antes bien, ya me convence
mi láctica perspicacia:

este sabio va más loco
que una cabra estabulada.

                      (Se retira el lechero. Se retiran también los sabios, menos Solón, que queda en el escenario).

EL PRESENTADOR:
(Narra).

Vanse sabios y lechero,
de la obtusa confusión
que a Confucio confundiera
al darle resolución;
se sustraen del conflicto...
se queda solo Solón...
y, al bajar aquí el telón,
concluye este primer acto.

(Se apagan las luces, lo que hace que el teatro quede radiantemente iluminado; y baja, baja, baja, sintiéndose dichoso, sumamente dichoso....—¿Quién?—El telón).

.

.

.

ACTO SEGUNDO

«¿Qué sucede ahí? ¿Qué hacen ahí? ¿Acaso no es el cubo un contubernio de cuadrados? ¿Y el pi? ¿Dónde está el pi?—Váyase, señor. ¡Abur, abur!
—Amigo, no me diga abur, porque “abur”,  aquí, se suele decir “abul”, y ese  abul... quiere decir  “baúl”!»

     (Frase célebre del sabio Cleóbulo de Lindos)

ESCENA

A descampado. Todos los personajes presentes.

(Adelanta el poeta.  Canta. Su canto le acomoda letras a una tarantela napolitana).

EL POETA:

Luna nueva,
cal y arena;
luna llena,
sal y arroz;
la menguante,
petulante;
la creciente...
¡desbordó!

Pasan eras,
pasan velas,
las carabelas
y el galeón...
Sobre la duna
brilla la luna
enamorada
de mi canción.

Luna, ¿no ves cómo muero?
¿No ves tu jilguero
gorjeando por ti?

Luna, ¿no ves cómo muero?
¿No ves tu jilguero
gorjeando por ti?

PÍTACO DE MITILENE:
(Aborda al poeta).

¡Eh, poeta!, ¿te enteraste
o tejes nimbos de paja?

¿No sabes?
                      Se te ha perdido
la luna, ¡tu bienamada!

EL PRESENTADOR:

El poeta, en sus adentros,
ha sentido una punzada.

¿...Que se ha perdido la luna?
¡Ay, pobre alma desdichada!

(Sigue narrando el presentador; mientras narra, el poeta empieza a moverse  graciosamente a ritmo de cámara lenta, como quien pedalea, simbolizando una búsqueda intemporal, inespacial e infinita).

EL PRESENTADOR:

...El poeta sube, sube
escaleras por las nubes:
va buscando con su verso a...
la “Brigitte” del universo.

El poeta baja y sube
la colina y la montaña;
recorre a pasos gigantes
la altura del Aconcagua.

De los Andes a los Alpes
pasose en una barcaza...
¡navega sobre los vientos
y vuela bajo las aguas!

En dos mitades la Tierra
partió como una naranja
y todo el jugo del mar
desparramose a sus anchas...

Mas no;
                no encontró a la luna
en las fosas subterráneas...
y pensó: «Una diosa griega
la escondió entre sus entrañas».

Cuanto tiene en sí la luna,
una diosa lo envidiara;
lo envidia la emperatriz
Verdosa de la Esmeralda...

De tafetanes y harina
de cereal, hace gala
su vestido que domina
las altas modas de Francia.

¡Y el poeta, que cantara
la luna en su veste blanca,
quiere encontrarla de nuevo
para volver a cantarla!

¡Si la perdiera mil veces,
él mil veces la encontrara;
si la encontrara mil veces,
él mil veces le cantara;
si le cantara mil veces
lo haría con mil palabras,
con mil palabras mil veces
para un millón de palabras!

¡Y el poeta, que cantara
la luna en su veste blanca,
quiere encontrarla de nuevo
para volver a cantarla!

[Letanía].

EL POETA:
           (Delirando).

¿Dónde estás, mi blanca luna?
¿Dónde estás, mi borla blanca?
¡Y yo sin algodoncillo
para empolvarme la cara!

EL CORO:
¡El poeta, que cantara
la luna en su veste blanca,
quiere encontrarla de nuevo
para volver a cantarla!

EL POETA:
           (Delirando).

¿Dónde estás, mi blanca luna?
¿Dónde tú, herramienta blanca?
¿Cómo segaré los campos,
ya sin mi hoz afilada!

EL CORO:
El poeta, que cantara
la luna en su veste blanca,
quiere encontrarla de nuevo
para volver a cantarla!

EL POETA:
           (Delirando).

¿Dónde estás, mi blanca luna?
¿Dónde estás, mi negra blanca?
¡Muchacha que me miraba
con la mitad de su cara!

EL CORO:
El poeta, que cantara
la luna en su veste blanca,
quiere encontrarla de nuevo
para volver a cantarla!

EL POETA:
           (Delirando)

¿Dónde estás, mi blanca luna?
¿Dónde estás, mi blanca blanca?
¡Y yo me he quedado ahora
sin mi moneda de plata!

EL CORO:
El poeta, que cantara
la luna en su veste blanca,
quiere encontrarla de nuevo
para volver a cantarla!

EL POETA:
           (Delirando)

¿Dónde estás, mi blanca luna?
¿Dónde estás, redonda y blanca?
¡La rueda de la carroza
de los encantos, robada!

.
.

(Entran el negociante, el sabio Periandro de Corinto,
con fama de hombre muy cuerdo,  y el ministro de gobierno).

EL NEGOCIANTE:
(Al poeta).

¡Ah, poeta, tonterías!
¡No te arruines la garganta!
¡No gastes limas con rimas
ni botes pólvora en garza!
¡Quién se arriesga a malgastar
todo un millón de palabras!

¿Obliga, cantar la luna?
Supongámosla muy bella...
Mas,
¿si el fin es la utilidad,
a qué decir la verdad
y a qué cantar la belleza?

EL SABIO PERIANDRO DE CORINTO:
(Al poeta).

¿Por qué no escribes tratados
de honda y oronda gramática?
¡Te harías miembro seguro
de la Academia de España!

EL MINISTRO DE GOBIERNO:
(Al poeta).

Ensalza revoluciones,
loa guerras y batallas
y del Foro de las Ciencias
vendrán la plica y la placa.

EL NEGOCIANTE:
(Al poeta).

Embolsa bolsa y valores,
salta en la alta finanza...
¡ya verás cómo te sirve
tal posición... de palanca!

Tú, por cantar a la luna,
¿pretendes algo?
                                  ¡El cantarla
no logrará que te incluya
la nómina de la NASA!

(Intervienen el cobrador de impuestos y el sabio Tales de Mileto, ambos con bien ganada fama de entrometidos).

EL COBRADOR DE IMPUESTOS:
(Al poeta).

¡Sí, poeta: naderías...!
¡No lastimes tu garganta!
¿No lo sabes? ¡Desde Armstrong
ya las lunas no se cantan!

TALES DE MILETO:
(Al poeta).

...Esa obsesión por la luna,
¡tan desmedida!, te lleva
a rascar los ricos riscos
de la abundante carencia;
¡ya verás si es hondo y frío
el foso de la miseria!

Una luna no se come,
no salda las hipotecas,
no acrece los caudales
ni se abona a alguna cuenta...

Esa pasión por la luna,
si no te arruina, te lleva
a ser vecino prestante
de una prestante aldehuela:
a todo el que allí reside...
le gira inversa la testa;
es la patria de Cleóbulo....
¡Cálleme yo!, que se acerca...

(Entra el sabio Cleóbulo de Lindos, con grande fama tanto de chiflado como de incrédulo. No dirige la palabra al tal Tales, ni al negociante, ni al cobrador de impuestos..., sino a un interlocutor imaginario en un extraño diálogo o monólogo interminable.  Espeta incoherencias y sinsentidos. A veces pasa del castellano a un supuesto  latín que él mismo ha inventado).

CLEÓBULO DE LINDOS, SABIO LOCO E INCRÉDULO:

¡Rumbla, rumbla, rumbla, rumbla!
¡Rumbla, rumbla, pedalea;
pedalea y patalea,
patalea y pedalea!
El heraldo de los siglos
¡pedalea y patalea!

«Plaquistequi, dumichancha,
elasipa, renovarum...
Numa truendi, jus torendi,
fiat lux, regalunarum...»,
reza el perfecto latín
que en la escuela me enseñaron.
¡Poeta, ignora con garbo
lo que aconsejen los sabios!

Lámpara, lámpara, pera:
suena, resuena la marcha...
Lámpara, lámpara, pera:
suena, resuena la marcha...
Lámpara, lámpara, pera:
¿qué cosa espera, muchacha?,
¿qué cosa es pera, muchacha?,
¿qué cosa espera mucha hacha?

¿Qué cosa espera, muchacha?
Oh:
¡El beso del joven príncipe,
final de cuentos de hadas!

¿Qué cosa es pera, muchacha?
Oh:
¡La bombilla vegetal
que parto en cuatro tajadas!

¿Qué cosa espera mucha hacha?
Oh:
¡El árbol que aspira a leña,
las hojas secas y ajadas!

¡Hey!, «¡Trattoria boloñesa!»
¡Hey!, «Trattoria boloñesa!»
...Soy un emigrante altivo
transido por la tristeza
en la ciudad de New York.
Aquí, en Primera Avenida,
rumbo a la calle 60,
observo un funicular
de peleas de poleas...
¡Llévame, funicular!
¡Sácame tú de esta selva,
de esta ferrada Babel
de insulseces y libreas!
¡Del otro lado del río
francos amigos me esperan;
del otro lado del río
gansos y ardillas me esperan!
¡Con ellos habitaré
en hermandad verdadera!

TALES:
¿Qué nos cuenta, don Cleóbulo?
¿Ya sabe usted lo que pasa?

CLEÓBULO:
Pues... pasa el funicular
que lleva a Roosevelt Island.

TALES:
Pregunto qué pasa aquí,
¡aquí, en el ahora!, ¡alarma!,
no en el resquicio límbico
de su jeta trastornada...

¿Ignora que se ha perdido
la luna, y debe encontrarla?

CLEÓBULO DE LINDOS:
(Sin mirarle, responde y canta:)

¡Ki ki ri kí ííííííííííí!
¡Ki ki ri kí ííííííííííí!

(De gallo, se transforma en gallina clueca)

¡Co-co-co-co,  cocoteeeco!
¡Co-co-co-co,  cocoteeeco!

(Interviene el sabio Quilón de Esparta, con fama de tímido y hombre de pocas palabras).

QUILÓN DE ESPARTA:

¿Cocoteco o cocotero?

CLEÓBULO:
(Sin mirarle; antes bien mira hacia arriba, hacia las copas de las palmeras).

¡Pooden los cocoteros, pooden los cocoteros!
¡Juh! ¡Un coco le corta el casco a cualquiera!

¡Pooden los cocoteros, pooden los cocoteros!
¡Un coco le corta el casco a cualquiera!

(Interviene Bías de Priene, el séptimo sabio,
con fama de listo).

BÍAS:
(Ignora completamente las locuras de Cleóbulo y se dirige directamente al poeta, para recriminarle duramente).

¡No insistas en fruslerías!
No lastimes tu garganta
al cantar cantos lunáticos,
odas salobres y gárgaras...

Para mí, la luna es luna,
y es un peligro el amarla.

¿Esta es la luna que sueñas?
¿Esta, la luna que amas?
Poeta,
             presta atención
y te hallarás sin razón
si juzgaras sinrazón
la opinión más acertada.
Escucha la descripción
de la luna, ¡simple y llana!,
en la enciclopedia Vox
Auctoritas, parte cuarta:

(Desenrolla el largo papiro que eran las enciclopedias antiguas. Lee en voz alta:)

«...Corteza llena de cráteres
con gravedad apocada,
la luna.
                 Grotescas rocas
se observan en su baranda.
Quien pusiera un pie en la luna
soportará en las espaldas
radiación ultravioleta
con haces de rayos gamma».

(Baja el papiro; recrimina nueva vez al poeta).

¡Ya, ves, poeta, qué musa
tu estro ingenuo se gasta!

¡Nada que llame al ensueño...,
nada que evoque a una dama!

(Adoptando un tono aún más enfático y recriminatorio:)

Ya a nadie inspira la luna
desde que fue conquistada
y los bravos astronautas
pusieran pie en su calzada.

Hoy por hoy,
la luna es el desencanto
de las peñas literarias...

(Entra un estudiante).

EL ESTUDIANTE:
(Con timidez)

¿Dicen que hay vulgares piedras
y cráteres en la luna?

EL LOCO CLEÓBULO:

¡Pregúntaselo a Neil Armstrong!
Él dice que fue a la luna...

EL ESTUDIANTE:
¡Neil Armstrong sí fue a la luna!
¿Cómo puede usted dudarlo?

CLEÓBULO:

Y tú, mi dilecto amigo,
¿cómo puedes demostrarlo?

EL ESTUDIANTE:
¡Lo juro!

CLEÓBULO:

                     ¿Cómo te llamas,
que juras?

EL ESTUDIANTE:

                     Me llamo Ibsen.
Y creo, porque me cuentan.
Afirmo, porque lo dicen...

EL LOCO CLEÓBULO:

¡Dicen, dicen, dicen, dicen!

¡No creas cuanto te cuenten
ni todo lo que te dicen!

¿Qué cosa no resplandece
con brochazos y barnices?
¡No creas cuanto te cueeeeenten
ni todo lo que te diiiiiiiiiicen!

¿Qué queda sobre el asiento?
¿qué anda tras los tapices?
¡No creas cuanto te cueeeeenten
ni todo lo que te diiiiiiiiiicen!

EL CORO:

¡Ibsen, Ibsen, Ibsen, Ibsen:
no creas cuanto te cueeeeenten
ni todo lo que te dicen!

CLEÓBULO:

¿Acaso no somos todos
los actores, las actrices?
¡No creas cuanto te cueeeeenten
ni todo lo que te diiiiiiiiiicen!

¿No es esto farsa y comedia,
lo puesto ante tus narices?
¡No creas cuanto te cueeeeenten
ni todo lo que te diiiiiiiiiicen!

EL CORO:

¡Ibsen, Ibsen, Ibsen, Ibsen:
no creas cuanto te cueeeeenten
ni todo lo que te dicen!

BÍAS DE PRIENE:
(Al poeta; sin hacer mínimo caso al loco e incrédulo de Cleóbulo: está ya convencido de que no aprovecha nada el prestar atención a incrédulos y locos. Además, todos los incrédulos del mundo son descendientes del incrédulo Cleóbulo, ingenuo disfrazado que no sabe lo que todo el mundo: «el hecho cierto y comprobado de que... ¡sí!, Neil Armstrong sí, positivamente,  fue a la luna y dijo allí su célebre frase: “Este pequeño paso para el hombre es un salto gigante para la humanidad”, como atestiguan los muy fiables libros de Historia, para alborozo y satisfacción de todos nosotros, que además  lo vimos en blanco y negro por televisión, con nuestros propios ojos, aquel año 69».  Al poeta:)

La luna es un desencanto,
tu amiga es un desencanto...
Es una musa gastada.
¡La luna es desilusión;
ruina de glorias pasadas!

Cantó Nicolás Guillén,
el de Cuba, esto que leo:

(Lee textualmente este trozo de poema del cubano Nicolás Guillén:)

«No sé lo que tú piensas, hermano, pero creo
que hay que educar la Musa desde pequeña en una
fobia sincera contra las cosas de la Luna,
satélite cornudo, desprestigiado y feo».

(Añade Bías de Priene:)

Ese poema se llama
“Elegía moderna del motivo cursi”;
por cierto, precisamente,
de la luna no habla rosas...

EL POETA:

¿Feo?
             El poeta que citas
no puede hablar de esas cosas...

BIAS:

¿Me dices por qué lo dices?

EL POETA:

Porque el poeta y la luna
desde el hacer de los tiempos
nacen de iguales matrices...
Además,
                    ¿razón tendría
quien rumia una ideología...?
¡Esa es igual fantasía!

Además,
                    ¿razón tendría
quien llegue a pensar que al hombre
el hombre redimiría?
¡Esa es mayor fantasía!

Como es arriba es abajo,
como es abajo es arriba,
no importa si este saber
lo ignora la mayoría
tostada en filosofía.

BIAS DE PRIENE:

¡Favor no extenderte tanto...!
Aquí, el quid de la cuestión:
¡La luna es un desencanto!

EL PRESENTADOR:

El poeta en sus adentros
sintió honda la punzada;
honda, honda, honda, honda,
ancha y honda la punzada;
mas no abandona ni un tanto
su condición obstinada:

EL POETA:
            (Delirando).

¿La luna es un desencanto?
¿Mi luna es un desencanto?
¿ruina de glorias pasadas?

(Se rasga las vestiduras, a la manera de los personajes bíblicos. Luego apostrofa a la ausente Luna).

¿Acaso te consideras tú, luna, desencanto?

¿No surcas tú, Selene,
¡oh sílfide!,
los cielos engalanados en tu plateado carro
halado garbosamente por caballos briosos
cuando la oscuridad hunde su garra
y muerde como leona el flanco del firmamento?

¿No eres tú, túnica (tú, única),
hábito de las diosas eternales
cuando del albo paraíso descienden aún
con lustrosas y esparcidas cabelleras...
para goce y tremor del aro, el eros,
el iris, el oro y el uro de la Tierra?

¿Y eres un desencanto?
¿Terminas en desencanto?
¿Ruina de glorias pasadas?

Desencanto,
                            ¡sé mi encanto!

Como encanto,
                              ¡yo te canto!

Como canto,
                         ¡te levanto!

¡Yo te elevo!
                               ¡Tú me sumas!

¡Lo que al agua da la espuma,
das al plectro de mi pluma,
luna, luna, luna!

                                 ¡Oh, luna,
yo te llevo en la cabeza,
sombrerito de la luna!;

¡¡yo te llevo en la cabeza,
sombrerito de la luna!!

¡¡¡YO TE LLEVO EN LA CABEZA,
SOMBRERITO DE LA LUNA!!!”

(Aparición)

EL PRESENTADOR:
(Narra).

¡De su cabeza, la luna
se disparó!,

                          y, remontando
el espacio,
                     abrió sonriente
su excelsa rosa de cuarzo.

Con sus botines de bruma,
con algodón desgranado,
ella, fulgente y segura,
tomó su trono, en lo alto...

¡Vaya, sorpresa!
                                  ¡La luna
apareció!

                            ¡Deslumbrados,
juiciosos, doctos y cuerdos
con el cendal de sus rayos!

Esplendorosa,
                               la luna
apareció...
                            y, siempre, cuando
desaparece, no inquieta
ya a magos, listos o sabios...

Ya saben de sus caprichos,
del móvil de sus andanzas:
para prendar al poeta
sale a pintarse la cara.

Por eso, a veces se pierde.
¡Viva el amor!

                               ...que ya cuando

desaparece, la buscan,
sin inmutarse la buscan,
tranquilamente la buscan,

¡en la cabeza de un bardo!
¡en la cabeza de un bardo!
¡en la cabeza de un bardo!
¡en la cabeza de un bardo!

¡Y colorín colorado,
y colorín colorado,
y colorín colorado...!

                       FIN.
(Baja el telón, pero sube de nuevo el telón, porque se agrega un epílogo romántico).

.
.
     (Epílogo romántico)

EL POETA:
(En tono querendón)

Luna lunera
y almanaquera
de estas regiones
cafetaleras,
tres cachorritos
y una ternera
¡tuyos toditos
porque me quieras!

LA LUNA:
(En un tono desenfadado, enamoradizo y juguetón).

¿Tres cachorritos
y una ternera?

¡Ja!

Quiero cantares,
quiero poemas,
quiero castillos
sobre la arena;
quiero jardines
entre alamedas
y un vestidito
de primavera.

Quiero un espejo
sobre las ondas
para mi linda
cara redonda;
quiero un perfume,
quiero un pañuelo,
quiero una nube
de terciopelo...

   SEGUNDO FIN DE LA OBRA
(Baja el telón, pero sube de nuevo el telón, porque se agrega otro epílogo,
esta vez nada romántico:
De la reacción que hubo en el público y de cómo realmente terminó la obra, muy a pesar de lo que dicen sus apologistas).

.
.

(Agregado epílogo, esta vez nada romántico).

«¡Esto es burda tontería!»,
salta la cabra María.
«¡Quien usa aquí la palabra
va más loco que una zabra!»

«Querrá decir, cabra María:
va más... ‘eso’ que una cabra»,
riposta la utilería...

UNA VOZ:
—Mire aquí: ¡las cosas hablan!
Y con razón: toda crítica
presupone una autocrítica.
¡Y al día!, cabra María.

OTRA VOZ:
¡Se ha armado una algarabía!

OTRA VOZ:
¡Quien escribió este suplicio,
este engaño, este artificio
digno mejor de un hospicio,
no debe tener oficio
o anda zafado del quicio
sin una muela de juicio!

Y OTRA VOZ:
(Aludiendo indirectamente al autor de la obra).

¡Qué nidada de impostores
se hace llamar “escritores”!

Y OTRA VOZ:

¡Controlen la gritería,
controlen la gritería!
¡Soldados, soldados, vengan:
sofoquen la gritería!

DECLARACIÓN INOPORTUNA DEL AUTOR DE LA OBRA:

Yo declaro, desde mi ático,
en un tono nada enfático,
antes bien, algo flemático,
pues soy hombre diplomático:

Sí, sí, sí;
                     ¡oh, sí, sí, sí!,
sí, sí, sí;
               ¡oh, sí, sí, sí!,
sí, sí, sí; ¡oh, sí, sí, sí!:
este es un cuento lunático.
¿Por qué es un cuento lunático?
¡Porque es un cuento lunático!
Así, tan sencillamente,
este es un cuento lunático,
y espero que mi modestia
no la toméis por molestia.

(«¡Ay, ay, ay!» –grita el poeta–
¡Ay, ay, ay, se abrió el abismo».

«¡Ay, ay, ay»!, gritan las piedras,
zumbando por el camino...

El público termina lanzándole al autor de la obra avalanchas de papeles escritos, enrollados y envueltos a manera de contundentes piedras, como símbolo de lapidación artística.)

 Y, AL FIN, EL FIN VERDADERO:

EL COMEDIANTE LOCO, ÉL,
RECIBE DEL LOCO PÚBLICO
LAPIDACIÓN DE PAPEL...

Y ESTE FINAL TRASFINAL
NO ES FINAL REAL TAMPOCO,
PUES DE POETA, DE SABIO,
DE ACTOR, DE CRÉDULO Y LOCO...,
SÍ SEÑOR, ¡AY SÍ SEÑOR!,
TODOS TENEMOS NO POCO.

[ULTRAFÍN ULTRAVERDADERO].

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