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Una de estas noches.

Una de estas noches quizás entre tus manos delgadas, dedos de pianista y uñas de felino que rasgan mi carne a sangre fría, tendrás mi corazón, punzante y al rojo vivo. No te detengas y exprímelo, báñate en su jugo, lame los fluidos que escurran por tus labios, vuélvete loca, grita, gime, muérdelo sin piedad alguna, mientras me miras obscena. Devóralo todo, todo hasta que no quede nada, absolutamente nada del músculo rey.

—¿Y tú?—preguntó ella sarcásticamente, con una sonrisa puesta y mordiéndose el labio—¿qué harás mientras yo hago todo eso?, ¿eh?

—¿Yo? Sólo te observaré y esperaré con ansia enferma mi turno de probar el tuyo. Ya lo puedo oler, ya lo saboreo. Tal vez la única manera de ser eternos, libres, Dioses, sea esa, ¿no lo crees?

—No cabe duda—dijo asombrada, cubriendo su boca con las manos—estás completamente loco.

Ambos nos echamos a reír. Se tiró de un salto de nuevo a la cama, jugueteando y buscando mis labios con los suyos.

Esa noche fue buena, tuvimos sexo como nunca. Y a la mierda con ser eternos, libres o Dioses.

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