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A camilo

Tienes que estar caído,  
tremendamente desgarrado y caído,  
para que no respondas al pueblo que te llama  
y ahora te busca entristecido,  
en la sombra, en la luz, en la llama;  
en los desfiladeros trágicos, en la fuerte,  
en la fría razón de la caída...  
¡A ti, libertador de nuestra vida...!  
¡A ti, libertador de nuestra muerte...!
 
Tienes que estar despedazado, destruido,  
para que tú, Camilo, siempre un mástil erguido,  un nardo nazareno enardecido,  
ahora no le respondas,  
con tu voz limpia y alta de metal afilado,
a estas tercas y hondas  
angustias de tu pueblo consternado.
 
¡Tienes que estar tremendamente muerto...!  
¡Tremendamente muerto...!
¡Muerto!
¡Muerto!
Camilo Cienfuegos... ¡muerto!
 
¡Bueno, Patria profunda y herida,  
Patria mía dolida,  
si es cierto  
que Camilo Cienfuegos está muerto,  
coge el llanto y exprímelo en tus llamas  
y abre al sol tus eternos oriflamas...!
 
Te quedan otros hijos, otros fuertes escudos,  
otras espadas fuertes, ilustres y gloriosas.  
El camino es de golpes terribles y sañudos  
y no de lirios y de rosas.
Pero responderán, en violentos anillos  
de cólera y de muerte, los guajiros viriles.
¡Será un trueno tremendo de cuchillos...!  
¡Será un trueno tremendo de fusiles...!
 
Tú, Fidel, tú, Guevara,
tú, Raúl, y tú, Almeida… ¡Comandantes…!
¡Siempre daréis la cara...!
Siempre saldréis al fuego, no después, sino antes.  
Pero a la calle fría, donde las sombras viles  
se arrastran como sierpes cobardes y traidoras,  
salid siempre con un cinturón de cuchillos  
y con un cerco de ametralladoras.
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