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Un recuerdo para Hernández Catá

Hay una rosa dormida,  
con su camino perfecto,
en el corazón directo  
de su muerte, que es la vida.  Una rosa amanecida  
en toda su rosa está:
es la propia luz que va,  
con su pétalo y su rama,  
a la llama, que es la llama,  
de Alfonso Hernández Catá.
Era un hermano... ¡qué hermano...!  
Era un hermano mayor
con estrella en cada flor  
y bandera en cada mano.  
Era ese calor cercano  
de corazón y de abrigo.  
Era algo más: yo lo digo  
siempre que digo su nombre:
era el tamaño de un hombre,  
el tamaño de un amigo.
Dueño de un blanco velero  
para ir a playas remotas,  
entre un alba de gaviotas
cubrió siempre el derrotero.
Fue un corazón su sendero,  
un corazón de navío  
jamás con sombra ni frio  
sino con velamen blanco  
para el viaje, dulce y franco,  
por el mar o por el río.  
Fue más de lo que sabemos  
en hondura y altitud.  
Tal vez a su plenitud  
con el tiempo llegaremos.  
Sólo hacen falta los remos  
que nos brinda su amistad,  
remos de la claridad  
para limpias travesías,  
por el agua de sus días  
que es agua de eternidad.
                            Décimas, 1949
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