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EL VIEJO CASERÓN

Siempre me atrajeron esos grandes caserones de nuestros pueblos, que un día estuvieron llenos de vida y ahora permanecen cerrados o casi deshabitados y llenos de recuerdos.

A la plaza desierta
con las luces de otoño,
entre hojas caídas,
(nostalgia de otros tiempos)
se asoma silencioso
el viejo caserón.
 
La yedra cubre el muro,
ya blanco desvaído,
con un reguero verde
que la lluvia  pintó.
Y, con melancolía,
un chorro transparente
se desliza despacio,
monótona letanía
del triste canalón.
 
No suenan en el patio
las voces y las risas.
Entre los bellos arcos
una parra dormita.
Y en el naranjo enorme,
ahora abandonado,
se escucha solo el canto
de un viejo gorrión.
 
Señorial y solemne,
ejerce de guardián
un oscuro ciprés,
y bajo la palmera
la antigua mecedora
prosigue su vaivén.
Entre rosas salvajes,
parterres derruidos,
el viento de la tarde
entona su canción.
 
Los ocres y rojizos
de pinturas murales
(orgullosa fachada
de los tiempos dorados)
hoy lucen decadentes.
El frío de los años
borrosos los dejó.
Con un quejido amargo
de madera cansada
chirría  escandaloso
el recio portalón.
 
Perfume de añoranza
de otras vidas vividas.
Atrás quedaron sueños
de la infancia perdida.
Ya no suena en la casa,
(monocorde cadencia)
el tic tac del reloj.
Quedaron los recuerdos
en antiguos baúles.
En el zaguán, los pasos
ligeros o cansinos
y en el hogar, cenizas
que el pasado apagó.
 
Las sombras se derraman
sobre el patio dormido
y, sigilosamente,
un gris rayo de luna
se posa en un balcón.
 
María Prieto Sánchez.
Noviembre 2017, La Palma del Condado.

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