Cuentan las escrituras:
“ Nacerá de Dios la palabra y el verbo se transformará
en hombre y habitará entre vosotros”
Y la grandeza de los espacios sin fin,
y la profundidad de un sentimiento sin medida,
y la mirada azul que el alfa y omega reflejaban,
en extraña y lejana letanía,
se condensó en un ser humano que viajó entre
los pueblos para abrir sus ojos a la verdad,
al rechazo del mal y a la promesa de salvación
que puede yacer al final de cada vida.
No creo en versiones de escribas infames,
arrepentidos de sus muchos pecados,
culpables y culpabilizando también a los inocentes.
No creo en el hijo del hombre como un firme castigador
de lo carnal y lo superfluo.
Ni que su corazón fuese férreo,
ni veo en él al gran represor.
Pero si al que dijo “Amaros” y amó,
hasta darse por completo a ese amor.
Y mostrar un camino de luz a seguir si existe en el ser la fe,
en que la muerte es una puerta a la resurrección;
Cuerpo y espíritu entregados al verbo,
como a un puente entre lo humano y lo divino,
para alcanzar esa cima, más allá de la terrenal vibración;
A los paisajes de la eternidad, ignorados e indefinidos,
o paraísos en los que dueños de nuestro propio tiempo seamos.
Él que dijo “ Ven y de todo sufrimiento te libraré ”;
El verbo hecho hombre que incluso a la muerte pudo vencer.