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Para cazar insectos y aderezarlos...

Para cazar insectos y aderezarlos, mi abuela era especial.
 
Les mantenía la vida por mayor deleite y mayor asombro de los clientes o convidados.
 
A la noche, íbamos a las mesitas del jardín con platitos y saleros.
 
En torno, estaban los rosales; las rosas únicas, inmóviles y nevadas.
 
Se oía el run run de los insectos, debidamente atados y mareados.
 
Los clientes llegaban como escondiéndose.
 
Algunos pedían luciérnagas, que era lo más caro. Aquellas luces. Otros, mariposas gruesas, color crema, con una hoja de menta y un minúsculo caracolillo.
 
Y recuerdo cuando servimos a aquella gran mariposa negra, que parecía de terciopelo, que parecía una mujer.
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