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Romance de luz de luna

Contiene audiovisual

Ilumina un toro negro
la luna por la dehesa,
su brillo sobre un pitón
presagia una noche tensa,
collarines de rubís
han de parecer las piedras,
al primer rayo de sol
que asomando por la sierra
le de su color y brillo
a las ronchas color fresa,
que simulando amapolas
darán color a la yerba.
 
El toro ya escucha el eco
de la muerte por la era.
¡Ay, luna dile al zagal,
dile al zagal que no venga!
Que no quiero que una madre
venga a mí a pedirme cuentas,
ni llevar sobre mis astas
el dolor de una tragedia.
 
¡Ay, luna dile que no!
Dile; ¡por aquí no vengas!
¡Que no quieren estos prados
regarse con sangre fresca!
¡Qué la yerba ha de ser verde
y no de color magenta!
¡Ay, luna dile que no,
dile que la muerte acecha!
 
¡Dile luna por favor!
que hay vaquillas en la vega,
que allí podrá presumir
lidiando con las más tiernas,
¡pero aquí dile que no,
que aquí la muerte lo espera
oculta tras los pitones
que apuntan sobre mi testa!
 
Con un tembleque en el alma
el zagalillo se acerca,
llevando sobre su pecho,
un sueño y una muleta,
un retrato de la Virgen
y el corazón por montera.
Escalofríos le corren
de los pies hasta las cejas,
en sus ojos crece el miedo
pero la ilusión lo frena,
soñando ya en esa plaza
donde la gloria le espera.
 
Con la mirada en los cielos
el toro sigue en alerta,
¡el ya sabe que la muerte
ha tomado ya las riendas.!
 
Y sigue el toro gritando
con una voz lastimera;
¡Ay, luna dile que no
dile al zagal que no venga!
¡Que anda la muerte cantando
un requiem por peteneras!
Y el buitre ronda los cielos
porque ya huele su cena.
¡Dile ya luna que no!
Que por favor... ¡qué no venga!
 
Sin hacer caso a la luna,
el chavalillo se acerca,
va rezando una oración
y al cielo pide con fuerza;
“Cuida Virgen de mi madre
si muero en esta capea
y dile que ser torero
lo quise pensando en ella,
para poderle comprar
finos collares de perlas,
el mejor de los cortijos
y trajes de fina seda,
porque quiero yo a mi madre
convertirla en una reina”
 
Tristón y mirando al cielo
el toro a sus dioses reza;
¡No permitáis por favor
que el zagal cruce la puerta!
Pero ya se acerca el niño,
cruzando esta ya la verja,
sin hacer caso a la luna
que le ha dicho que no venga.
 
¡Ve luna! ¡Dile otra vez,
dile, que su madre espera
mañana por la mañana
el besar su frente tierna!
Y que si viene hacia mí
tan solo habrá madreselvas
alrededor de su cuerpo
de bruces sobre la tierra,
sin besos ya de una madre
sobre su cara de cera.
 
Un reguero de amapolas
amaneció en la dehesa
y un toro desconsolado...
lloraba sobre la cerca.
 
¡Te dije luna que no!
¡Te dije que no viniera!

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