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Teresa: 28

Mi corazón latía contra el hierro
        de la implacable reja;
callábamos los dos y nos mirábamos
        a nuestras manos quietas.
Por matar el silencio peligroso,
        manadero de pena,
rompiste a susurrar palabras rotas
        que no eran de tu lengua.
Era como la niña que en el bosque
        sola y de noche yerra,
y el pánico conjura con su canto
        mientras el alba llega,
Y es que estábamos solos y perdidos,
        otros Adán y Eva;
nos teníamos miedo; la’ serpiente
        allí era la reja.
Nos dicen que la muerte vino al mundo
        por la caída aquella
del Paraíso; ¿en qué, Teresa mía,
        pensamos; tú te acuerdas?

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