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Bajo el Enebro

Bajo el enebro queda
la llamarada
de un amor efímero
que prometimos perpetuo.
Queda el camino incompleto
que trazamos,
las manos anilladas,
las hojas que cayeron
y que usamos de lienzo
para nuestras cartas.
La tinta blanca
que nunca publicó nada.
Las mariposas que solían
invadirnos tan desde adentro.
Todo eso queda.
 
Bajo él faltan
          las palabras audaces
que nunca dejamos
escapar de nuestros labios.
Ese ideal agridulce,
nuestras lineas convergentes.
Nuestros latidos al compás de uno
que ya no podía deslindar
de mí misma.
Hace falta la cobardía
paralizadora,
la violenta devoción
que caracterizó nuestra historia
tan a la par.
 
Faltó el perdón
            se lo llevó el ciprés.
 
Sobran los golpes de tus dichos
y los que leía en nuestra mente.
Sobra esa soberbia,
ese veneno voluntario
que nos regalábamos cada tarde
después de un tiempo.
Sobra el descaro,
la malicia,
el desamparo.
Todo tan repleto
de horripilación.
 
Míralo tan marchito ahora
que ni pararse puede.
Y aunque despeje el despojo
entre las sombras que nombras,
ya la memoria está firmada.
 
Todo permanece siempre
bajo el enebro.
 
                                 —Montpellier
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