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¿No hay salida?

En duermevela oigo correr entre bultos adormilados y ceñudos
un incesante río.
Es la catarata negra y blanca, las voces, las risas, los gemidos del
mundo confuso, despeñándose.
Y mi pensamiento que galopa y galopa y no avanza, también cae
y se levanta
y vuelve a despeñarse en las aguas estancadas del lenguaje.
Hace un segundo habría sido fácil coger una palabra y repetirla
una y otra vez,
cualquiera de esas frases que decimos a solas en un cuarto sin
espejos
para probarnos que no es cierto,
que aún estamos vivos,
pero ahora con manos que no pesan la noche aquieta la furiosa
marea
y una a una desertan las imágenes, una a una las palabras se
cubren el rostro.
Pasó ya el tiempo de esperar la llegada del tiempo, el tiempo de
ayer, hoy y mañana,
ayer es hoy, mañana es hoy, hoy todo es hoy, salió de pronto de
sí mismo y me mira,
no viene del pasado, no va a ninguna parte, hoy está aquí, no es
la muerte
—nadie se muere de la muerte, todos morimos de la vida—, no es
la vida
—fruto instantáneo, vertiginosa y lúcida embriaguez, el varío
sabor de la muerte da más vida a la vida–,
hoy no es muerte ni vida,
no tiene cuerpo, ni nombre, ni rostro, hoy está aquí,
echado a mis pies, mirándome.
 
Yo estoy de pie, quieto en el centro del círculo que hago al ir ca–
yendo desde mis pensamientos,
estoy de pie y no tengo adonde volver los ojos, no queda ni una
brizna del pasado,
toda la infancia se la tragó este instante y todo el porvenir son es–
tos muebles clavados en su sitio,
el ropero con su cara de palo, las sillas alineadas en 'a espera de
nadie,
el rechoncho sillón con los brazos abiertos, obsceno como morir
en su lecho,
el ventilador, insecto engreído, la ventana mentirosa, el presente
sin resquicios,
todo se ha cerrado sobre sí mismo, he vuelto adonde empecé,
todo es hoy y para siempre.
 
Allá, del otro lado, se extienden las playas inmensas como una
mirada de amor,
allá ¡a noche vestida de agua despliega sus Jeroglíficos al alcance
de la mano,
el río entra cantando por el llano dormido y moja las raíces de la
palabra libertad,
allá los cuerpos enlazados se pierden en un bosque de árboles
transparentes,
bajo el follaje del sol caminamos, somos dos reflejos que cruzan
sus aceros,
la plata nos tiende puentes para cruzar la noche, las piedras nos
abren paso,
allá tú eres el tatuaje en el pecho deljade caído de la luna, allá el
diamante insomne cede
y en su centro vacío somos el ojo que nunca parpadea y la fijeza
del instante ensimismado en su esplendor.
 
Todo está lejos, no hay regreso, los muertos no están muertos,
los vivos no están vivos,
hay un muro, un ojo que es un pozo, todo tira hacia abajo, pesa
el cuerpo,
pesan los pensamientos, todos los años son este minuto desplo–
mándose interminablemente,
aquel cuarto de hotel de San Francisco me salió al paso en Ban–
gkok, hoy es ayer, mañana es ayer,
la realidad es una escalera que no sube ni baja, no nos movemos,
hoy es hoy, siempre es hoy,
siempre el ruido de los trenes que despedazan cada noche a la
noche,
el recurrir a las palabras melladas,
la perforación del muro, las idas y venidas, la realidad cerrando
puertas,
poniendo comas, la puntuación del tiempo, todo está lejos, los
muros son enormes,
está a millas de distancia el vaso de agua, tardaré mil años en re–
correr mi cuarto,
qué sonido remoto tiene la palabra vida, no estoy aquí, no hay
aquí, este cuarto está en otra parte,
aquí es ninguna parte, poco a poco me he ido cerrando y no en–
cuentro salida que no dé a este instante,
este instante soy yo, salí de pronto de mí mismo, no tengo nom–
bre ni rostro,
yo está aquí, echado a mis pies, mirándome mirándose mirarme
mirado.
 
Fuera, en los jardines que arrasó el verano, una cigarra se ensaña
contra la noche.
¿Estoy o estuve aquí?

(1952)

#EscritoresMexicanos 1952 Tokio,

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