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Manuela

En un silencio lúgubre, sombrío, se encontraba su alma
perdida, vagando por las calles  de recuerdos no olvidados,
recuerdos que atormentaban, torturaban lo más profundo de su yo;
sus pasos desvalidos guiaban su destino hacia ningún lugar,
allí donde por costumbre sabía encontrar la paz que no tenía,
allí donde nadie mira, donde nadie quiere estar,
allí donde el olvido no sabe llegar;
atrapada en las dudas de su enmarañada memoria
ya no sabía, ni quería  estar.
La incertidumbre de un no haber sabido luchar
dominaba sus escasas ansias de encontrar cierta cordura
a un sin sentido que ya jamás podría  llegar a superar.
Sus manos ya viejas y cansadas
todavía acariciaban la ilusión de un recuerdo ahogado en el pasado,
sus mejillas agrietadas por las lágrimas que ya no podía derramar
no sirvieron de bastante castigo para olvidar
lo que un día jamás debió pasar.
Hermosa como ninguna era Manuela
sugerente al andar, al bailar y hasta al mirar;
lucía en sus carnes las manos de cualquier hombre infiel,
de ella todos decían que jugaba a amar
sin haber amado jamás;
presumía de poseer todo aquello que su cuerpo compraba al vender,
vendió tantas veces su escasa dignidad
que en rechazo convirtió la esperanza de un día poder llegar amar.
Dos corazones en un mismo cuerpo un día palpitaron
fruto de cualquier rato fugaz de placer;
aborreció tanto lo que en ella crecía carente de apego
que ya en este mundo no puedo llegar a querer,
truncando por años la vida que ella deseaba tener,
llena de odio y rencor abandonó Manuela a su suerte
en la esquina de una vieja tienda de una calle cualquiera
al niño que jamás supo querer.
Volvió a su vida de caprichos y lujos
pagados con lujuria y placer,
Manuela siempre deseada aunque jamás amada,
vio pasar por ella los años que fue dejando atrás.
Vieja, curtida,
triste y abandona veía pasar los días de su ya olvida belleza,
su piel ya no era suave y tersa,
sus carnes  ya no lucían la frescura de la juventud;
aquellos que tantas veces buscaron en ella un instante de placer
hoy renegaban de ella como perro sarnoso.
Encerrada en su ahora pequeño mundo
se vio desahucia de todo aquello que el sucio dinero había comprado,
la locura se apodero de ella,
quiso olvidar lo que su vida fuera,
más nunca pudo silenciar las palabras  de súplica que insistentemente
retumbaban en su mente por el remordimiento
y la poca valentía de quién  a pesar de todo la quería,
vagando por las calles que llevan a ningún lugar,
jamás encontró y encontrará Manuela la paz de su fragmentada alma en soledad.

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