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Mintiendo por no aceptar la derrota

(Día 12)

Digamos que ya no quiero tu regreso,
ni tu imagen viva en el espejo.
Ya no quiero tu cara entre mis letras.
Ya no quiero tu grito de certezas.
Ya no quiero la miel de tus labios.
Ya no quiero tus mensajes diarios,
ni tu piel a horcajadas.
Ya no quiero volar con tus alas.
Ya no te quiero en mis sueños,
ni tu nombre en mis anhelos.
Ya no quiero tus letras decorosas,
ni tus claras prosas.
Ya no quiero tu amor vano.
Ya no te quiero cercano.
Ya no quiero tu figura en mis pupilas,
ni tu recuerdo rodando mejillas.
Ya no quiero tus ojos.
Ya no quiero tus –te quieros– flojos.  
Ya no quiero tu risa veraz,
ni tu cariño al ras.
Ya no quiero tu abrazo a voluntad.
Ya no quiero tu golpazo a beso.
Ya no quiero tu andar,
ni tu fuego a abanicar.
Ya no quiero tu tiempo.
Ya no quiero de testigo al viento.
Ya no quiero tu mirada,
ni tu alma alborotada.
Ya no quiero al sol como condena.
Ya no quiero lo que merma.
Ya no quiero tu ausente corazón,
ni tu esperada oración.
Ya no quiero tus enredos,
ni quererte entre mis miedos.
Ya no quiero carne azucena,  
ni tu efecto de verbena.
Ya no quiero tardes en tu sombra.
Ya no quiero noches de zozobra.
Ya no quiero revueltas en tu cama,
ni tus palabras como arma.
Ya no quiero tu voz a mi oído.
Ya no quiero cariño escondido.
Ya no quiero tu suspiro vacío,
ni que tú lo que ansío.
 
Sólo digamos que no importa si la realidad me lleva la contraria.
Digamos que es válido no aceptar la derrota

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