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(Quizá fue por no saberte la Geometría)
 
El jovencito se olvidaba.
Eran las diez de la mañana.
 
Su corazón se iba llenando
de alas rotas y flores de trapo.
 
Notó que ya no le quedaba
en la boca más que una palabra.
 
Y al quitarse los guantes, caía,
de sus manos, suave ceniza.
 
Por el balcón se veía una torre.
El se sintió balcón y torre.
 
Vio, sin duda, cómo le miraba
el reloj detenido en su caja.
 
Vio su sombra tendida y quieta
en el blanco diván de seda.
 
Y el joven rígido, geométrico,
con un hacha rompió el espejo.
 
Al romperlo, un gran chorro de sombra
inundó la quimérica alcoba.
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