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Le pusiste a Medea una falda de encaje.
De Flora enderezaste el tacón jorobado.
No hay rima de tu verso que no rompa y no raje
ni estrofa en que no vuele un zunzún azorado.
 
La distancia no existe. Abres una ventana,
albergue de palomas huidizas, y en la nieve,
serenas aparecen por un instante breve
bajo un cielo morado las calles de La Habana.
 
Un cortador de caña, de Servando Cabrera,
moreno de ojos verdes y mirada de trigo
nos custodia en París. Desde el poniente rojo
 
llega un olor dulzón de guarapera.
Ay, Triana, no te asombres si te digo
que el mulato del cuadro nos ha guiñado el ojo.

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