Cargando...
Merced a tus traiciones
al fin respiro, Nice;
al fin de un infelice
el cielo hubo piedad.
Ya rotas las prisiones,
libre está la alma mía;
no sueño, no, este día
mi dulce libertad.
Cesó la antigua llama,
y tranquilo y exento
ni aun un despique siento
do se disfrace amor.
Mi rostro no se inflama
si oigo tal vez nombrarte;
el pecho no al mirarte
palpita de temor.
Duermo en paz y no creo
tu imagen ser presente,
ni al despertar la mente
se empieza en ti a gozar.
Lejos de ti me veo,
sin que de ti haga cuenta
cerca estoy sin que sienta
ni gusto ni pesar.
Si hablo en tus perfecciones,
no enternecerme siento;
si mis errores cuento,
ni aun indignarme sé.
Delante te me pones,
y ya no estoy turbado;
con mi rival al lado
hablar de ti podré.
Mírame en rostro fiero,
háblame en faz humana:
tu altanería es vana,
y es vano tu favor;
que en mí el mandar primero
perdió tu hablar divino;
tus ojos no el camino
saben del corazón.
Lo que me place o enfada,
si estoy alegre o triste,
no en ser tu don consiste,
ni culpa tuya es;
que ya sin ti me agrada
el prado y selva hojosa;
toda estancia enojosa
me cansa aunque allí estés.
Mira si soy sincero:
aún me pareces bella,
pero no, Nice, aquella
que parangón no ha;
y, no el ser verdadero
te ofenda, algún defecto
noto en tu lindo aspecto,
que tuve por beldad.
Al romper las cadenas,
dígolo sonrojado,
mi corazón llagado
romper se vio y morir;
mas por salir de penas
y de prisión librarse,
en fin, por rescatarse
¡qué no es dado sufrir!
El colorín trabado
tal vez en blanda liga,
la pluma en su fatiga
deja por escapar;
mas presto matizado
se ve de pluma nueva,
ni, cauto con tal prueba,
le tornan a engañar.
Sé que aún no crees extinto
aquel mi ardor primero
porque callar no quiero
y de él hablando estó;
sólo el natal instinto
me aguija a hacerlo, Nice,
con que cualquiera dice
los riesgos que sufrió.
Pasadas iras cuento
tras tanto ensayo fiero.
De la herida el guerrero
muestra así la señal;
así muestra contento
cautivo que de penas
escapó, las cadenas
que arrastró por su mal.
Hablo, mas sólo hablando
satisfacerme curo;
hablo, mas no procuro
que crédito me des.
Hablo, mas no demando
si aprietas mis razones;
si a hablar de mí te pones,
que tan tranquila estés.
¿Yo pierdo una inconstante?
tú un corazón sincero:
yo no sé cuál primero
se deba consolar.
Sé que un tan fiel amante
no le has de hallar, traidora;
mas otra embaucadora
bien fácil es de hallar.
Otras obras de Juan Meléndez Valdés...



Top