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Todo lo que era monte aquí, en esta orilla mía frente a vuestra orilla, ha sido talado para que el sol también me bañe y se conozca hasta el rumbo que tuvieron mis ríos secos.
 
Todo lo que era flor está cantado; todo lo que era silencio, está ya dicho.
 
Se sabe el color de mi primera mariposa y la fecha de mi última primavera.
 
Contado se han los milenios que me llevó cuajar una alborada, redondear una nube, apagar debajo de la carne sordos volcanes y misteriosos geyseres de estrellas.
 
Los sabios dieron nombres a mis valles, medidas a mi sueño, soledades a mi soledad.
 
Los niños apuntaron  con sus hondas a mis pájaros, y las mujeres lloraron por las mujeres muertas que no me habían conocido como si lloraran por ellas mismas.
 
Ahora, amigos míos, no es mi culpa si con todos vuestros nombres, vuestras luces y vuestras ansias, no podéis girar en torno a mi cintura.
 
No es mi culpa de que, al igual que a la vieja Luna, se me quede siempre una mitad en la sombra que nadie podrá ver desde la Tierra.
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