Cargando...

I

 
Que voz süave, qué sonoro acento
para cantarte ¡oh Pampa! ¿Me demandas?
¿Será el rugido atronador del viento?
¿Será el susurro de las auras blandas?
 
Te veo y me estremezco: mi alma siente
que tu misma grandeza la aniquila,
y súbito después alzo la frente
para encerrarte entre mi audaz pupila.
 
Entonces algo tuyo me levanta,
y libre como el viento correr quiero...
¡Bate el caballo su orgullosa planta
y vuela con impulso de pampero!
 
Fácil el llano a su vigor se tiende;
huyendo lejos se adivina el monte;
¡No hay limite!... la niebla se desprende,
y a su paso se aleja el horizonte.
 
«¡Más rápido! ¡más rápido! Entreabierto
allí está el porvenir en tu camino;
¡Salta! ¡vuela! Devora ese desierto
y arráncale el secreto del destino!»
 
Y el caballo se lanza, ya sediento
de espacio, de huracán y de frescura;
se desata y se aleja el pensamiento
como un ave extraviada en la llanura.
 
El alma sobre el llano se difunde,
lo abarca como el sol al mar distante,
lo huella, lo limita, lo confunde,
lo empapa de su espíritu gigante.
 
¡Sí!, que del potro la veloz carrera
precipita al abismo los sentidos;
¡El vértigo del alma se apodera
y se sienten los nervios sacudidos!
 
El pecho se electriza, se acrecienta;
se oye golpear un corazón de acero;
allí el pulmón no vive si no alienta
el soplo poderoso del pampero.
 
Allí, lejos del hombre, sobre el llano,
descompuesto el cabello, roto el traje,
tengo orgullo de ser americano
y de gozar de libertad salvaje.
 
Se enardece mi alma; delirante
arranco el velo al porvenir, ¡cuán bella
la imagen de la Patria deslumbrante,
amor y gloria y juventud destella!
 
Siento el rumor y el incesante coro
de un pueblo egregio que el progreso guía;
y alzando el alma a Dios, me postro y oro
ante la imagen de la patria mía!
 
Entonces quema mi ardorosa mano,
mi corazón es fuego, mi frente arde...
¡Qué placer si desciende sobre el llano
el ala refrescante de la tarde!
 
 

II

 
La aurora es la belleza que deslumbra,
la juventud, el canto, la armonía;
la tarde es un ensueño en la penumbra,
el beso de la noche con el día.
 
La tarde de la Pampa misteriosa
no es la tarde del bosque ni del prado
es más triste, más bella, más grandiosa,
más dulce muere bajo el sol dorado.
 
Ni un rumor escucháis, ningún ruido
en la vasta planicie solitaria,
sólo un vago y dulcísimo gemido
como el ruego postrer de una plegaria.
 
Cual el perfume de la flor, abierta65
a los besos del céfiro que gira,
el alma se desprende, flota incierta,
y con las ondas de la luz espira.
 
El cuerpo desfallece; la mirada,
como el ave en la mar, sin rumbo vuela,
sigue la nube errante, y fatigada
la paz profunda de la noche anhela.
 
Aspiráis de ese cuadro misterioso
una dulce ideal melancolía;
el corazón, latiendo silencioso,
parece que desmaya con el día.
 
Sentís volar a la memoria errantes
recuerdos de un dolor que no se nombra,
fantasmas y quimeras vacilantes
que corren a ocultarse entre la sombra.
 
Veis surgir, con el alma estremecida,
los seres que en el mundo habéis amado,
su sonrisa, su voz, su voz querida,
como un largo sollozo del pasado.
 
Llega la hora sublime.... aquel instante
en que la luz entre la sombra oscila,
en que el mundo desmaya suspirante
y el alma vuela a su Creador tranquila.
 
¡A ese instante de unción, no hay quien resista!
Eleva al ignorante, eleva al sabio
estático quedáis, fija la vista,
con el nombre de Dios sellado el labio...
 
 

III

 
Esperáis un momento... Ya la sombra
sobre llano sin luz rápida avanza,
y se agrupan y ruedan en su alfombra
las nubes de la noche, en lontananza.
 
Entonce el trueno, retumbando lejos,
hiere las brisas que en silencio vagan;
y súbitos y pálidos reflejos
plomizos velos descubrir amagan.
 
Esperáis un momento... ¡Centellea
la tempestad que se alza a vuestro paso!
¡El ala del relámpago chispea
sobre el tétrico fondo del ocaso!
 
Y rodando mil nubes agrupadas,
empujan otras y otras de soslayo,
rasgan su seno, y túrbidas y airadas
vivaz arrojan a la tierra el rayo.
 
Los relámpagos, vibrantes,
difundidos en ráfagas violentas,
parecen las miradas centelleantes
del Genio colosal de las tormentas.
 
Sentís hervir la sangre, y os parece
que, rota vuestra vida, endeble palma,
en las alas del viento se estremece
libre y audaz y en plenitud vuestra alma.
 
¡Oh, qué placer!... El pecho, palpitante,
entreabre vuestra boca... ¿dais un grito?
¡Lo prolongan los ecos al instante!
¡Lo contesta tronando el infinito!
 
Imágenes soberbias, atrevidas,
el alma llenan de visiones grandes:
¡Se sueña, tras las nubes encendidas,
el Dios del Sinaí sobre los Andes!
 
O, rasgando los velos del santuario,
se descubre de súbito a la mente,
la fecunda tragedia del Calvario,
eterna lumbre del remoto Oriente.
 
Y envuelto en una atmósfera sin nombre,
se quiebra el trueno en vuestra frente erguida...
Así concibo en mi delirio al hombre,
¡figura colosal!...¡rey de la vida!
 
¡Dadme la Pampa así! ¡Súbito el rayo
centelleé en mi frente y zumbe luego!
¡La tempestad no es sueño, no es desmayo
es vida, es trueno, es luz, es fiebre, es fuego!
Preferido o celebrado por...
Otras obras de Rafael Obligado...



Top