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Soledades: XIII

     Hacia un ocaso radiante
caminaba el sol de estío,
y era entre nubes de fuego, una trompeta gigante
tras de los álamos verdes de las márgenes del río.
 
     Dentro de un olmo sonaba la sempiterna tijera
de la cigarra cantora, el monorritmo jovial,
entre metal y madera,
que es la canción estival.
 
     En una huerta sombría
giraban los cangilones de la noria soñolienta.
Bajo las ramas obscuras el son del agua se oía.
Era una tarde de julio, luminosa y polvorienta.
 
     Yo iba haciendo mi camino,
absorto en el solitario crepúsculo campesino.
 
     Y pensaba: «¡Hermosa tarde, nota de la lira inmensa,
toda desdén y armonía;
hermosa tarde, tú curas la pobre melancolía
de este rincón vanidoso, obscuro rincón que piensa!».
 
     Pasaba el agua rizada bajo los ojos del puente.
Lejos, la ciudad dormía
como cubierta de un mago fanal de oro transparente.
Bajo los arcos de piedra el agua clara corría.
 
     Los últimos arreboles coronaban las colinas,
manchadas de olivos grises y de negruzcas encinas.
Yo caminaba cansado,
sintiendo la vieja angustia que hace el corazón pesado.
 
     El agua en sombra pasaba tan melancólicamente,
bajo los arcos del puente,
como si al pasar dijera:
 
     «Apenas desamarrada
a pobre barca, viajero, del árbol de la ribera,
se canta: no somos nada.
Donde acaba el pobre río la inmensa mar nos espera».
 
     Bajo los ojos del puente pasaba el agua sombría.
(Yo pensaba: ¡el alma mía!)
 
     Y me detuve un momento,
en la tarde, a meditar...
¿Qué es esta gota en el viento
que gritar al mar: soy el mar?
 
     Vibraba el aire asordado
por los élitros cantores que hacen el campo sonoro,
cual si estuviera sembrado
de campanitas de oro.
 
     En el azul fulguraba
un lucero diamantino.
Cálido viento soplaba
alborotando el camino.
 
     Yo, en la tarde polvorienta,
hacia la ciudad volvía.
Sonaban los cangilones de la noria soñolienta.
Bajo las ramas obscuras caer el agua se oía.
Preferido o celebrado por...
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