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Pero como el amor los saeteros están ciegos. Sobre la noche verde, las saetas,
Salen los niños alegres De la escuela, Poniendo en el aire tibio Del abril, canciones tiernas. ¡Que alegría tiene el hondo
Vi en tus ojos dos arbolitos locos. De brisa, de brisa y de oro. Se meneaban. No quise.
Mi corazón oprimido Siente junto a la alborada El dolor de sus amores Y el sueño de las distancias. La luz de la aurora lleva
Campanas de Córdoba en la madrugada. Campanas de amanecer en Granada. Os sienten todas las muchachas
¿Qué es aquello que reluce por los altos corredores? Cierra la puerta, hijo mío, acaban de dar las once. En mis ojos, sin querer,
Cristo moreno pasa de lirio de Judea a clavel de España. ¡Miradlo por dónde viene!
La luna clava en el mar un largo cuerno de luz. Unicornio gris y verde, estremecido, pero extático. El cielo flota sobre el aire
Cuernos de oro y ojos verdes. Sobre el acantilado, en tropel gigantesco, ilustran el azogue
El cielo nublado pone mis ojos blancos. Yo, para darles vida, les acerco una flor amarilla.
En la torre amarilla, dobla una campana. Sobre el viento amarillo,
Hay una raíz amarga y un mundo de mil terrazas. Ni la mano más pequeña quiebra la puerta de agua. ¿Dónde vas? ¿adónde? ¿dónde?
Su luna de pergamino Preciosa tocando viene por un anfibio sendero de cristales y laureles. El silencio sin estrellas,
Tengo miedo a perder la maravilla de tus ojos de estatua y el acento que de noche me pone en la mejilla la solitaria rosa de tu aliento. Tengo pena de ser en esta orilla
Yo decía: “Tarde” Pero no era así. La tarde era otra cosa que ya se había marchado. (Y la luz encogía