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Pues bien: en torno al círculo del respeto familiar, se extiende el círculo del respeto a mi sociedad. Y lo que se dice de mi sociedad, puede decirse del círculo más vasto de la sociedad humana en general. Mi respeto a la sociedad, y el de cada uno de sus miembros para los demás, es lo que hace posible la convivencia de los seres humanos.

El problema de la política es lograr que esta convivencia sea lo más justa y feliz, tanto dentro de cada agrupamiento y cada nación como entre unas y otras naciones. Las naciones, en su conducta de unas para con las otras, pueden imaginarse como unas personas más amplias que las humanas, pero que debieran gobernarse conforme a iguales principios de bien y de justicia.

La subsistencia de la sociedad es indispensable a la subsistencia de cada ser humano y de la especie humana en general. Los respetos sociales son de varias categorías, según sean más o menos indispensables a la subsistencia de la sociedad. Se procura, pues, impedir las violaciones contra esos respetos; y si las violaciones ya han acontecido, se las castiga para que no se repitan. Esto establece, frente al sistema de respetos, un sistema de sanciones para en caso de violación. Y sólo así se logra la confianza en los respetos, sin la cual la sociedad sería imposible.

El primer grado o categoría del respeto social nos obliga a la urbanidad y a la cortesía. Nos pide también el compañerismo, la solidaridad con nuestro grupo y aún el altruismo. Nos aconseja sujetar dentro de nosotros los impulsos hacia la grosería; el evitar los abusos contra los más débiles; el no usar del tono violento y amenazador sino en último extremo; el recordar que hay igual o mayor valentía en dominarse a sí mismo que en asustar o agraviar al prójimo; el desconfiar siempre de nuestros movimientos de cólera, dando tiempo a que se remansen las aguas.

La sanción contra la violación de este respeto se entrega a la opinión pública. Se manifiesta en la desestimación que rodea a la gente grosera, egoísta y abusiva. Pero el cortés y urbano recibe una compensación inmediata y de carácter doble; dentro de sí mismo, cumple la voluntad moral de superación, encaminándose de la bestia al hombre; fuera de sí mismo, acaba por hacerse abrir todas las puertas.

La buena disposición para con el prójimo es un sentimiento relacionado con los anteriores. Un mexicano –educado en las buenas tradiciones de nuestra cortesía– solía decir siempre:

Cuando una mano se alarga para pedirme algo, pienso que esa mano puede ser, mañana, la que me ofrezca un vaso de agua en mitad del desierto.

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