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A Regino Sainz de la Maza

Sin encontrarse.
Viajero por su propio torso blanco.
Así iba el aire.
 
Pronto se vio que la luna
era una calavera de caballo
y el aire una manzana oscura.
 
Detrás de la ventana,
con látigos y luces, se sentía
la lucha de la arena con el agua.
 
Yo vi llegar las hierbas
y les eché un cordero que balaba
bajo sus dientecillos y lancetas.
 
Volaba dentro de una gota
la cáscara de pluma y celuloide
de la primer paloma.
 
Las nubes, en manada,
se quedaron dormidas contemplando
el duelo de las rocas con el alba.
 
Vienen las hierbas, hijo;
ya suenan sus espadas de saliva
por el cielo vacío.
 
Mi mano, amor. ¡Las hierbas!
Por los cristales rotos de la casa
la sangre desató sus cabelleras.
 
Tú solo y yo quedamos;
prepara tu esqueleto para el aire.
Yo solo y tú quedamos.
 
Prepara tu esqueleto;
hay que buscar de prisa, amor, de prisa,
nuestro perfil sin sueño.
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