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La sombra de este monte protector y propicio,
como una manta indiana fresca y rural me cubre;
bebo el azul del cielo por mis ojos sin vicio
como un ternero mama la leche de las ubres.
 
Al pie de la colina se extiende el pueblo, y siento,
sin quererlo, el rodar de los tranways urbanos;
una iglesia se eleva para clavar el viento,
pero el muy vagabundo se le va de las manos.
 
Pueblo, eres triste y gris. Tienes las calles largas,
y un olor de almacén por tus calles pasea.
El agua de tus pozos la encuentro más amarga.
Las almas de tus hombres me parecen más feas.
 
No saben la belleza de un surtidor que canta,
ni del que la trasvasa floreciendo un concepto.
Sin detenerse, como el agua en la garganta.
Desde sus corazones se va el verso perfecto.
 
El pueblo es gris y triste. Si estoy ausente pienso
que la ausencia parece que lo acercara a mí.
Regreso, y hasta el cielo tiene un bostezo inmenso.
Y crece en mi alma un odio, como el de antes, intenso.
 
Pero ella vive aquí.
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