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El viajero ha saltado ágilmente a su caballo, pronto a partir.

El camino se extiende recto y empolvado hasta el horizonte: y mientras pruebo la resistencia de los arneses y el buen amarre de los estribos, pienso en este caballo suyo, al trote por todos los senderos, levantando nubes de polvo, alejándose más cada día, cada hora, cada afán, cada tristeza...

Ahora el caballo está aquí, junto a mis manos, y el dueño del caballo tan cerca de mis manos, que no sé si pudiera detenerlo...

Todavía está aquí; pero mañana... Mañana vano será que mis ojos se hundan en la polvareda del horizonte, ni que mi emoción se arrastre piedra a piedra por el camino que lo llevó.

Mañana él estará muy lejos y mirará otros cielos y otros paisajes que yo nunca alcanzaré.

El viajero va a partir... He puesto el vino y el pan en sus alforjas, he peinado la crin de su caballo impaciente, ávido de correr...

Cae la tarde. El viajero, un poco nervioso, juega con las riendas, mientras yo sonrío con los ojos cerrados.

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