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Es día de frío y llegas a casa.
Vienes de la tarde cansada de un jueves.
Los muebles, tu perro y millones de ojos
están como siempre esperando tu vuelta,
en la que presientes que nada ha cambiado.
Te espera lo mismo, el sueño ha pasado.
 
Recoges tu pelo, tan libre en la tarde
quizás porque alguien nunca lo vio preso.
Te sientas y cenas, y todas las culpas
te dan con un peso mayor que tus fuerzas,
y pugnan tus ojos y esta tarde loca.
Hasta que eres débil y tapas tu boca.
 
Cuando todo pasa te crees segura,
mientras con tus horas revuelves cenizas.
Presientes muy dentro pasiones prohibidas.
No importa mentirse para ser felices,
hasta que un deseo se meta en tu lecho.
Mas ¿qué estás pensando?—te tapas el pecho.
 
Pero necesitas quedar bien con todo
—todo que no sea bien contigo misma—.
La angustia es el precio de ser uno mismo:
mejor ser felices como nuestros padres
y hacer de la lástima amores eternos.
Hasta que, a la larga, te tape el invierno.
Preferido o celebrado por...
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