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¡Entre los geranios rosas,
una mariposa blanca!
 
     Así me gritó la niña,
la de las trenzas doradas:
—corre a verla, corre a verla,
que se te escapa.
 
     Por los caminos regados
del oro nuevo del alba,
corrí a los geranios rosas,
¡y ya no estaba!
 
     Volví entonces a la niña,
la de las trenzas doradas.
«No estaba ya», iba a decirle.
pero ella tampoco estaba.
A lo lejos, ya muy lejos,
se oían sus carcajadas.
 
Ni ella ni la mariposa;
todo fue una linda trama.
 
     El jardín se quedó triste
en la alegría del alba,
y yo solo por la sola,
calle de acacias.
 
     Y esto fue mi vida toda:
una voz que engañó el alma,
un correr inútilmente,
una inútil esperanza…
 
     ¡Entre los geranios rosas,
una mariposa blanca!
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