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Si después que termina el bombardeo,
andando sobre la hierba que puede crecer lo mismo
entre las ruinas
     que en el sombrero de tu Obispo,
eres capaz (lo imaginar que no estás viendo
lo que se va a plantar irremediablemente delante de tus ojos,
     o que no estás oyendo
lo que tendrás que oír durante mucho tiempo todavía;
     o (lo que es peor)
piensas que será suficiente la astucia o el buen juicio
para evitar que un día, al entrar en tu casa,
sólo encuentres un sillón destruido, con un montón
     de libros rotos,
     yo le aconsejo que corras enseguida,
     que busques un pasaporte,
     alguna contraseña,
     un hijo enclenque, cualquier cosa
que puedan justificarte ante una policía por el momento torpe
     (porque ahora está formada
     de campesinos y peones)
y que te largues de una vez y palo siempre.
Huye por la escalera del jardín
     (que no te vea nadie).
No cojas nada.
 
No servirán de nada
 
ni un abrigo, ni un guante, ni un apellido,
ni un lingote de oro, ni un título borroso.
 
No pierdas tiempo
 
enterrando joyas en las paredes
 
(las van a descubrir de cualquier modo).
 
No te pongas a guardar escrituras en los sótanos
 
(las localizarán después los milicianos).
 
Ten desconfianza de la mejor criada.
No le entregues las llaves al chofer, no le confíes
la perra al jardinero.
No te ilusiones con las noticias de onda corta.
 
Párate ante el espejo más alto de la sala, tranquilamente,
 
y contempla tu vida,
y contémplate ahora como eres
porque ésta será la última vez.
 
Ya están quitando las barricadas de los parques.
Ya los asaltadores del poder están subiendo a la tribuna.
Ya el perro, el jardinero, el chofer, la criada
 
están allí aplaudiendo.

De Fuera del Juego, 1968

#EscritoresCubanos #FueraDelJuego

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