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De pronto vi a un anciano junto al río:
una figura breve,
erguida como un junco en la otra orilla.
Y me tendió la mano,
como para apartar el agua
entre ambas márgenes
—la suya bajo el fuego del crepúsculo,
la mía en sombra ya, apagándose.
Y su mano tembló
como una paloma entre la luz,
y vino en vuelo hasta la mía.
Y fue una mano niña
lo que estrechó mi mano,
y todo lo demás era silencio:
mi propia mano asiéndome
para cruzar las aguas.

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