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A José Ortega y Gasset.

I

 
El ojo que ves no es
ojo porque tú lo veas;
es ojo porque te ve.
 

II

 
Para dialogar,
preguntad, primero;
después... escuchad.
 

III

 
Todo narcisismo
es un vicio feo,
y ya viejo vicio.
 

IV

 
Mas busca en tu espejo al otro,
al otro que va contigo.
 

V

 
Entre el vivir y el soñar,
hay una tercera cosa.
Adivínala.
 

VI

 
Ese tu Narciso
ya no se ve en el espejo,
porque es el espejo mismo.
 

VII

 
¿Siglo nuevo? ¿Todavía
llamea la misma fragua?
¿Corre todavía el agua
por el cauce que tenía?
 

VIII

 
Hoy es siempre todavía.
 

IX

 
Sol en Aries. Mi ventana
está abierta al aire frío.
—¡Oh rumor de agua lejana!—
La tarde despierta al río.
 

X

 
En el viejo caserío,
—¡oh anchas torres con cigüeñas!—
enmudece el son gregario,
y en el campo solitario
suena el agua entre las peñas.
 

XI

 
Como otra vez, mi atención
está del agua cautiva;
pero del agua en la viva
roca de mi corazón.
 

XII

 
¿Sabes, cuando el agua suena,
si es agua de cumbre o valle,
de plaza, jardín o huerta?
 

XIII

 
Encuentro lo que no busco:
las hojas del toronjil
huelen a limón maduro.
 

XIV

 
Nunca traces tu frontera,
ni cuides de tu perfil;
todo eso es cosa defuera.
 

XV

 
Busca a tu complementario,
que marcha siempre contigo,
y suele ser tu contrario.
 

XVI

 
Si vino la primavera,
volad a las flores;
no chupéis cera.
 

XVII

 
En mi soledad
he visto cosas muy claras,
que no son verdad.
 

XVIII

 
Buena es el agua y la sed;
buena es la sombra y el sol;
la miel de flor de romero,
a miel de campo sin flor.
 

XIX

 
A la vera del camino
hay una fuente de piedra,
y un cantarillo de barro
—glu—glu– que nadie se lleva.
 

XX

 
Adivina adivinanza
que quieren decir la fuente,
el cantarillo y el agua.
 

XXI

 
... Pero yo he visto beber
hasta en los charcos del suelo.
Caprichos tiene la sed...
 

XXII

 
Solo quede un símbolo:
quod elixum est ne asato.
No aséis lo que está cocido.
 

XXIII

 
Canta, canta, canta,
junto a su tomate,
el grillo en su jaula.
 

XXIV

 
Despacito y buena letra:
el hacer las cosas bien
importa más que el hacerlas.
 

XXV

 
Sin embargo...
¡Ah!, sin embargo,
 
importa avivar los remos,
dijo el caracol al galgo.
 

XXVI

 
¡Ya hay hombres activos!
Soñaba la charca
con los mosquitos.
 

XXVII

 
¡Oh calavera vacía!
¡Y pensar que todo era,
dentro de ti, calavera!,
otra Pandolfo decía.
 

XXVIII

 
Cantores, dejad
palmas y jaleo
para los demás.
 

XXIX

 
Despertad, cantores:
acaben los ecos,
empiecen las voces.
 

XXX

 
Mas no busquéis disonancias;
porque, al fin, nada disuena,
siempre al son que tocan bailan.
 

XXXI

 
Luchador superfluo,
ayer lo más noble,
mañana lo más plebeyo.
 

XXXII

 
Camorrista, boxeador,
zúrratelas con el viento.
 

XXXIII

 
Sin embargo...
¡Oh!, sin embargo,
 
queda un fetiche que aguarda
ofrenda de puñetazos.
 

XXXIV

 
O rinnovarsi o perire...
No me suena bien.
Navigare é necessario...
Mejor: ¡vivir para ver!
 

XXXV

 
Ya maduró un nuevo cero,
que tendrá su devoción:
un ente de acción tan huero
como un ente de razón.
 

XXXVI

 
No es el yo fundamental
eso que busca el poeta,
sino el tú esencial.
 

XXXVII

 
Viejo como el mundo es,
–dijo un doctor– olvidado,
por sabido, y enterrado
cual la momia de un Ramsés.
 

XXXVIII

 
Mas el doctor no sabía
que hoy es siempre todavía.
 

XXXIX

 
Busca en tu prójimo espejo;
pero no para afeitarte,
ni para teñirte el pelo.
 

XL

 
Los ojos porque suspiras,
sábelo bien,
los ojos en que te miras
son ojos porque te ven.
 

XLI

 
—Ya se oyen palabras viejas.
—Pues, aguzad las orejas.
 

XLII

 
Enseña el Cristo: a tu prójimo
amarás como a ti mismo,
mas nunca olvides que es otro.
 

XLIII

 
Dijo otra verdad:
busca el tú que nunca es tuyo,
ni puede serlo jamás.
 

XLIV

 
Han tomado sus medidas
Sócrates y el Cristo ya:
el corazón y la mente
un mismo radio tendrán.
 

XLV

 
No desdeñéis la palabra;
el mundo es ruidoso y mudo,
poetas, sólo Dios habla.
 

XLVI

 
¿Todo para los demás?
Mancebo, llena tu jarro,
que ya te lo beberán.
 

XLVII

 
Se miente más de la cuenta
por falta de fantasía:
también la verdad se inventa.
 

XLVIII

 
Autores, la escena acaba
con un dogma de teatro:
en el principio era la máscara.
 

XLIX

 
Será el peor de los malos
bribón que olvide
su vocación de diablo.
 

L

 
¿Dijiste media verdad?
Dirán que mientes dos veces
si dices la otra mitad.
 

LI

 
Con el tú de mi canción
no te aludo, compañero;
ese tú soy yo.
 

LII

 
Demos tiempo al tiempo:
para que el vaso rebose
hay que llenarlo primero.
 

LIII

 
Hora de mi corazón:
la hora de una esperanza
y una desesperación.
 

LIV

 
Tras el vivir y el soñar,
está lo que más importa:
despertar.
 

LV

 
Le tiembla al cantar la voz.
Ya no le silban sus coplas;
que silban su corazón.
 

LVI

 
Ya hubo quien pensó:
cogita ergo non sum.
¡Qué exageración!
 

LVII

 
Echa roncas todavía
el siglo décimonono,
con la cabeza vendada,
y los huesos rotos.
 

LVIII

 
Conversación de gitanos:
—¿Cómo vamos, compadrito?
—Dando vueltas al atajo.
 

LIX

 
Algunos desesperados
sólo se curan con soga;
otros, con siete palabras:
la fe se ha puesto de moda.
 

LX

 
Creí mi hogar apagado,
y revolví la ceniza...
Me quemé la mano.
 

LXI

 
¡Reventó de risa!
¡Un hombre tan serio!
... Nadie lo diría.
 

LXII

 
Que se divida el trabajo:
los malos unten la flecha;
los buenos tiendan el arco.
 

LXIII

 
Como don San Tob,
se tiñe las canas,
y con más razón.
 

LXIV

 
Por dar al viento trabajo,
cosía con hilo doble
las hojas secas del árbol.
 

LXV

 
Sentía los cuatro vientos,
en la encrucijada
de su pensamiento.
 

LXVI

 
¿Conoces los invisibles
hiladores de los sueños?
Son dos: la verde esperanza,
y el torvo miedo.
Apuesta tienen de quien
hile más, y más ligero,
ella, su copo dorado,
él, su copo negro.
Con el hilo que nos dan
tejemos, cuando tejemos.
 

LXVII

 
Siembra la malva;
pero no la comas,
dijo Pitágoras.
Responde al hachazo,
—ha dicho el Bada ¡y el Cristo!,
con tu aroma, como el sándalo.
Bueno es recordar
las palabras viejas
que han de volver a sonar.
 

LXVIII

 
Poned atención:
un corazón solitario
no es un corazón.
 

LXIX

 
Abejas, cantores,
no a la miel sino a las flores.
 

LXX

 
Todo necio
confunde valor y precio.
 

LXXI

 
Lo ha visto pasar en sueños...
Buen cazador de sí mismo,
siempre en acecho.
 

LXXII

 
Cazó a su hombre malo,
el de los días azules
siempre cabizbajo.
 

LXXIII

 
Da doble luz a tu verso,
para leído de frente
y al sesgo.
 

LXXIV

 
Mas no te importe si rueda,
y pasa de mano en mano:
del oro se hace moneda.
 

LXXV

 
De un «Arte de Bien Comer»,
primera lección:
No has de coger la cuchara
con el tenedor.
 

LXXVI

 
Señor San Jerónimo,
suelte usted la piedra
con que se machaca.
Me pegó con ella.
 

LXXVII

 
Conversación de gitanos:
—Para rodear,
toma la calle de en medio;
nunca llegarás.
 

LXXVIII

 
El tono lo da la lengua,
ni más alto ni más bajo;
sólo acompáñate de ella.
 

LXXIX

 
¡Tartarín en Koenigsberg!
Con el puño en la mejilla,
todo lo llegó a saber.
 

LXXX

 
Crisolad oro en copela,
y burilad lira y arco,
no en joya, sino en moneda.
 

LXXXI

 
Del romance castellano
no busques la sal castiza;
mejor que romance viejo,
poeta, cantar de niñas.
 
Déjale lo que no puedes
quitarle: su melodía
de cantar que canta y cuenta
un ayer que es todavía.
 

LXXXII

 
Concepto mondo y lirondo
suele ser cáscara hueca;
puede ser caldera al rojo.
 

LXXXIII

 
Si vivir es bueno,
es mejor soñar,
y mejor que todo,
madre, despertar.
 

LXXXIV

 
No el sol, sino la campana,
cuando te despierta,
es lo mejor de la mañana.
 

LXXXV

 
Ya es sólo brocal el pozo;
púlpito será mañana;
pasado mañana, trono.
 

LXXXVI

 
Hombre occidental,
tu miedo al Oriente, ¿es miedo
a dormir o a despertar?
 

LXXXVII

 
¡Qué gracia! En la Hesperia triste,
promontorio occidental,
en este cansino rabo
de Europa, por desollar,
y en una ciudad antigua,
chiquita como un dedal,
¡el hombrecillo que fuma
y piensa, y ríe al pensar:
cayeron las altas torres;
en un basurero están
la corona de Guillermo,
la testa de Nicolás!
 
Baeza, 1919
 
 

LXXXVIII

 
Entre las brevas soy blando;
entre las rocas, de piedra.
¡Malo!
 

LXXXIX

 
¿Tu verdad? No, la Verdad;
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.
 

XC

 
Tengo a mis amigos
en mi soledad;
cuando estoy con ellos
¡qué lejos están!
 

XCI

 
¡Oh Guadalquivir!
Te vi en Cazorla nacer;
hoy, en Sanlúcar morir.
 
Un borbollón de agua clara,
debajo de un pino verde,
eras tú, ¡qué bien sonabas!
 
Como yo, cerca del mar,
río de barro salobre,
¿sueñas con tu manantial?
 

XCII

 
El pensamiento barroco
pinta virutas de fuego,
hincha y complica el decoro.
 

XCIII

 
—Sin embargo...
—Oh, sin embargo,
 
hay siempre un ascua de veras
en su incendio de teatro.
 

XCIV

 
¿Ya de su olor se avergüenzan
las hojas de la albahaca,
salvias y alhucemas?
 

XCV

 
Siempre en alto, siempre en alto.
¿Renovación? Desde arriba.
Dijo la cucaña al árbol.
 

XCVI

 
Dijo el árbol: teme al hacha,
palo clavado en el suelo:
contigo la poda es tala.
 

XCVII

 
¿Cuál es la verdad? ¿El río
que fluye y pasa,
donde el barco y el barquero
son también ondas del agua?
¿O este soñar del marino
siempre con ribera y ancla?
 

XCVIII

 
Doy consejo, a fuer de viejo:
nunca sigas mi consejo.
 

XCIX

 
Pero tampoco es razón
desdeñar
consejo que es confesión.
 

C

 
¿Ya sientes la savia nueva?
Cuida, arbolillo,
que nadie lo sepa.
 

CI

 
Cuida de que no se entere
la cucaña seca,
de tus hojas verdes.
 

CII

 
—Tu profecía, poeta.
—Mañana hablarán los mudos:
el corazón y la piedra.
 

CIII

 
—¿Mas el arte?...
—Es puro juego,
 
que es igual a pura vida,
que es igual a puro fuego.
Veréis el ascua encendida.
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