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El bambuco

Aire y baile popular de la Nueva Granada

I
 
 
Para conjurar el tedio
De este vivir tan maluco
Dios me depare un bambuco,
Y al punto, santo remedio.
 
Buena orquesta de bandola
Y una banda de morenas,
De aquellas que son tan buenas
Que casi basta una sola.
 
¡Y aquí de los granadinos!
¡Venga el cometa dragón!
Veremos el encontrón
Sin dársenos tres cominos.
 
¡Lejos Verdi, Auber, Mozart!
Son vuestros aires muy bellos,
Más no doy por todos ellos
EI aire de mi lugar.
 
“Mal gusto” diréis, tiranos,
Más yo en mi gusto porfío,
Que bueno o malo, es el mío
Y el de todos mis paisanos.
 
Ningún autor lo escribió,
Más cuando alguien lo está oyendo,
El corazón va diciendo,
«Eso lo compuse yo».
 
Y bien se ve que no miente,
Pues hijo de padre tal,
Es como triste y jovial,
Quejumbroso, inconsecuente.
 
Nadie lo hizo, porque nos
Disfrutamos del derecho
De recibirlo ya hecho
Todo de manos de Dios.
 
Vino y pan, tienda y colchón
El árbol sabe ofrecernos,
¿Por qué no ha de componernos
El viento nuestra canción?
 
Justo es que nadie se alabe
De inventor de aquel cantar
Que es de todos, a la par
Que el cielo, el viento y el ave.
 
Del Carchi hasta Panamá
Nuestros niños lo adivinan.
Nuestros pájaros lo trinan
Y en nuestras brisas está.
 
Es el lamento que lanza
El genio de estas regiones
Por tantas generaciones
Que vió morir sin venganza.
 
Una melodía incierta
Intima, desgarradora,
Compañera del que llora
Y que al dolor nos despierta.
 
O una risa de placer,
Instadora, turbulenta,
Que arrebata, que impacienta
Con eléctrico poder.
 
Un retozo tan simpático,
Que en contagiosa locura
No consiente ceja dura
Ni melindre aristocrático.
 
Nuestros rústicos con él
Cantan al recién nacido,
Y él les sirve de gemido
De una tumba en el dintel.
 
Parabién o funeral
Del que nace o del que muere:
Ya solemne miserere,
Ya cántico bacanal.
 
Doma con él los rigores
De su Filis un patán,
Mejor que el mismo don Juan
Con su almanaque de amores;
 
Y cuando a su desdeñosa
Feroz castiga el salvaje
Propinándole el brebaje
De la tonga ponzoñosa,
 
Ella, en fatal zamacuco
De erótico frenesí,
Corre y danza aquí y allí
Tarareando el bambuco.
 
Hay en él más poesía,
Riqueza, verdad, ternura,
Que en mucha docta obertura
y mística sinfonía;
 
Y así respóndele fiel
El corazón donde llega:
Con él el alegre juega
Y el triste llora con él
 
Mágico el más obediente,
Camaleón musical,
Siempre el mismo original,
Pero siempre diferente.
 
Eterna variación
En que hallamos por instinto
Acento fiel y distinto
Para cada sensación;
 
Porque ha fundido aquel aire
La indiana melancolía
Con la africana ardentía
Y el guapo andaluz donaire.
 
Su ritmo vago y traidor
Desespera a los maestros;
Pero acá nacemos diestros
Y con patentes de autor.
 
Tesoro de pobres es,
Y ¡ay! que nadie se lo quita,
Mientras su voz lo repita
Y lo ejecuten sus pies.
 
Y si ordenase un tirano
La abolición del bambuco,
Pronto vieran cuán caduco
Es todo poder humano.
 
II
 
En un salón de palmares
Que vagando descubrí,
Su hechicera danza vi
Al compás de sus cantares.
 
Era una noche de aquellas
Noches de la patria mía,
Que bien pudieran ser día
Donde no hay noches como ellas.
 
El terciopelo mejor,
Al del cielo no igualaba,
Ni estrella alguna faltaba
A esa gran cita de amor.
 
Oíanse los bramidos
Del Cauca y sus reventones,
Como enjambres de leones
Celosos o mal dormidos:
 
Y el aura circunvolante
Embalsamaba el lugar,
De albahaca y de azahar,
Y de jazmín embriagante.
 
Ñapangas, que por modelo
Las quisiera un escultor,
Giraban al resplandor
De las lámparas del cielo.
 
De indianas y de españolas
Las perfecciones lucían,
Lindas ¡ay! que parecían
Enamorarse ellas solas.
 
Bajo una gran cabellera
Un blanco busto imperial
Y una forma amplia y cabal
Cuanto elástica y ligera:
 
Rica tez, mórbido pecho,
Nada de afeite o falsía
Que el arte no enmendaría
Lo que hizo Dios tan bien hecho.
 
Contra el talle de jazmín
Un brazo en jarra elegante,
Caído el otro adelante
Sofaldaba el faldellín;
 
Y era de verse el candor
De esos rostros de ángel, cuando
Iba en los pies retozando
Un demonio tentador.
 
¡Y qué pies! ni el mameluco
Sultán mejores los vió:
El diablo los inventó
Para bailar el bambuco.
 
Se alternaban pulcramente
Hincando rápida huella.
Y ondulaba toda ella
La fascinante serpiente.
 
Al compás del tamboril
Con la bandola armoniosa
Y a la venia respetuosa
Del desafiador gentil.
 
Una por una salía
Hacia su galán derecha,
Y él, la boca almíbar hecha,
Aguardarla parecía.
 
Más, con sandunga imanada,
Ella, escapando del pillo,
Como el boa al pajarillo
lo atraía en retirada.
 
¡La eterna historia de amor!
¡Ley que natura instituye!
La mujer siguiendo al que huye
Y huyendo al perseguidor.
 
Ya evitaban su mitad,
Ya lo buscaban festivas.
Provocadoras y esquivas
Como la felicidad.
 
La una pareja cantando,
La otra vivas respondiendo.
Las coplas que iban diciendo
Iba el amor enseñando.
 
Poesía humilde era aquella,
Pero, en su espontaneidad
Bella como la verdad
Y a veces triste como ella.
 
Dos veces eran bastantes
Para hacerla bien sentida:
Amor, cielo de la vida;
Celos, infierno de amantes.
 
Y cual la danza en sus giros,
La música en sus manejos
Iba burlando en sus dejos
O acompañando en suspiros.
 
Yo, sentado sobre un tronco,
Contemplaba aquella escena
En esa noche serena
Y al mugir del Cauca bronco.
 
Esas cándidas figuras
Que ondulaban y reían
Y hasta mí en sombra veían
Como a acariciarme a oscuras;
 
Y aspiraba esos olores
Mezclados a esos sonidos;
Y ese aire que los vestidos
Les salpicaba de flores;
 
Y todo en mi derredor,
Desde el silencioso cielo
Hasta la grama del suelo
Y el bambuco seductor,
 
Formaba tal armonía,
Que todo a un golpe creado,
Y uno para otro inventado
Por el Señor parecía.
 
Allí el poder peregrino
Del bambuco percibí;
Jamás, desde que nací,
Me sentí más granadino;
 
Y si un pensamiento malo
Me hirió la imaginación,
Porque era gran tentación
Tanta inocencia y regalo,
 
Mi alma de poeta quiso
Holgarse en ver solamente,
Y no ir a hacer de serpiente
De aquel nuevo paraíso.
 
Más bien exclamé gozoso:
“ Gracias a Dios ya encontré
Un pueblo feliz, ya sé
Dónde y cómo uno es dichoso.
 
A otros, con ciencia y riqueza,
Tedio cruel royendo está;
A éstos, de balde les da
Fiesta real Naturaleza”.
 
III
 
Cambió la situación:
Pronto sonó, enhoramala,
La maldita generala
De alarma y revolución.
 
Todos mis conciudadanos
Gozaron de su derecho
De ir a atajar con el pecho
Las balas de sus hermanos.
 
Vi a mis pobres campesinos
Cambiados en dragonazos
Aprendiendo a machetazos
Los fueros neogranadinos;
 
Y a su lado en la pelea
Las heroicas voluntarias,
Esas dulces pasionarias
De la danzante asamblea.
 
Entonces, entre el chischás
De la lanza y el trabuco,
Del infalible bambuco,
Vi el poder una vez más.
 
Bien puede estar sin ración
El granadino soldado,
Y descalzo trasnochado:
Eso entra en la diversión.
 
Después de veinte chubascos
Por páramos inclementes,
Cruzando a nado torrentes
Y rodando por peñascos;
 
Tras de una jornada impía
Que desjarretara a un perro,
Hecha en caminos de hierro
De los que Adán conocía;
 
Desde el gentil bogotano
Que aun al morir suelta un chiste,
Hasta el indio humilde y triste
Que no abrió el cantón cristiano.
 
Llegado el momento crítico
De embestir al contendor
Entran con todo el fervor
De un “adversario político”,
 
Y en ese truco y retruco
Triunfa el primero que manda
A su respectiva banda:
“¡Muchachos, rompa el bambuco!”.
 
Tal se encarnice irrisoria
Nuestra fraticida holganza:
Matarnos a són de danza,
Sin causa alguna y sin gloria.
 
Pero en otra, en mejor guerra,
La única de lauros digna
Y en que el señor no se indigna
Viendo ira y sangre en la tierra,
 
Tambien el bambuco fue
Música de la victoria,
Y aunque lo olvide la historia
Yo se lo recordaré:
 
El a Córdoba marcó
Su paso de vencedores.
Y de los libertadores
La hazaña solemnizó.
 
¡Campo inmortal, sol bendito!
Cuanto haya soñado allí,
Cual la voz del Sinaí
Resonará en lo infinito.
 
Y nuestro aire nacional
Iris fue allí de vencidos,
Parabién de redimidos,
De déspotas, funeral.
 
Le debemos en conciencia
Gratitud, y mientras él
Exista, guardará fiel
Nuestra patria independencia.
 
Yo, para ser benemérito
Desde el solio hasta el conuco,
No ambicionara otro mérito
Que haber compuesto el bambuco
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