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El pensamiento perdido

Yo tuve un pensamiento de inspiración divina,
seguro como un monte y arduo como un amor.
Encerraba el misterio de la onda marina,
del vuelo de las águilas, del ritmo y de la flor.
 
Jamás lucero alguno vertió desde la altura
sobre el escueto páramo más dulce claridad
que el pensamiento mío sobre mi carne oscura,
por él bañada en lampos de ardiente castidad.
 
Bajo su beso el mundo reía en la alborada,
y la alborada fue mi honda de David.
¡Oh ternura sin lágrimas de la luz aniñada,
jugando en los racimos maduros de la vid!
 
Bajo su luz la ira del ademán crüento
fue hermana del zis—zás alegre de la hoz,
y cuando dije un día con ánimo violento:
“Yo no quiero un prodigio, me basta un pensamiento”,
estaba ya el prodigio temblándome en la voz.
 
A su encendida lumbre –rubí, zafiro, día
cerúleo– iban las múltiples fuerzas del bien y el mal
(palomas y milanos) con rumbo a la armonía,
y todo se nutría de ciencia divinal.
 
Agrias tormentas –agrias como erizada roca–
entre la mente impura y el torpe corazón;
plegaria que te vuelves, al brotar de la boca,
iracunda blasfemia o ardiente maldición.
 
Enfermedad sagrada que busca lo absoluto
en nuestro ser efímero y no lo puede hallar;
amante poesía que llevas hasta el bruto
tus perfumadas ánforas, tu lirio, tu azahar.
 
Soplo que extingue al paso la flama de la vida,
ósculo de las sombras, fatídico vaivén
entre un día futuro y una edad preterida,
hambre de azul, melódica nostalgia del edén.
 
Todo bajo la lumbre del claro pensamiento
era impulso armonioso –miel, perla, vino, abril–
¡El suspiro de Dios, que armonizaba el viento,
iba en mi pensamiento por el viento de abril!

(1918)

#EscritoresColombianos 1918 México

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