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Quejarse en las penas de amor debe ser permitido y no profana el secreto

Arder sin voz de estrépito doliente
no puede el tronco duro inanimado;
el robre se lamenta, y, abrasado,
el pino gime al fuego, que no siente.
 
¿Y ordenas, Floris, que en tu llama ardiente
quede en muda ceniza desatado
mi corazón sensible y animado,
víctima de tus aras obediente?
 
Concédame tu fuego lo que al pino
y al robre les concede voraz llama:
piedad cabe en incendio que es divino.
 
Del volcán que en mis venas se derrama,
diga su ardor el llanto que fulmino;
mas no le sepa de mi voz la Fama.

#EscritoresEspañoles #Soneto (1648) El Parnaso español

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