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Huellas

Prosa

Eme aquí, mi vieja casa en medio de la avenida, oculto en el sótano del lote número 132, mi mente y mi cuerpo estan en guerra, la epilepsia es la culpable.
Abajo, abajo y mas abajo. Llegué al fondo de mis recuerdos a charlar con el yo de varios ayeres. El niño llora, el grande lo consuela. El recordar todo aquello que hizo poner los pies en el techo y la cabeza en el televisor es solo la quinta parte de sus lágrimas, el resto es del deseo de volver. Aquel tiempo que hoy es ayer, pero ayer era hoy; esas hermosas risas incontenibles contenidas en seres inexistentes, pero mas reales que los bultos vibratorios que se hacen llamar 'raza humana’.
Esas canciones, canciones que hablan de nada, de nadie, de lo que todos extrañan y que solo yo se que es. A nadie le importa, por eso no lo saben. No saben que la roca de poder inagotable, esa añorada fuente de la juventud está entre lineas y demás estáticas del satélite fallido. ¿Ya no te acuerdas? Diles que te platiquen. Hazles saber a tus objetos del ayer que necesitas recordar la locura, la insanidad que tenías cuando infante y que hoy se disfraza de mujer de gran busto llamada 'Marie Jane’. ¿Que clase de enfermo intenta seguir los pasos de un adulto? Es lo más demente que podeis realizar.
Pasead por los pasillos de tus lugares de ayer, son calles obscuras que no veras a bordo de un Ferrari, pero a bordo de un tren. De aquellos dias en los que la mujer de tus sueños hablaba bonito y decía lo divertido que es vivir, ¿Qué pasó?
Viejo gilipollas, vendiste tu alma al traficante, él venderá tus alas a algun cuevo que se encargué de envejecerlos; negociará tu tiara celestial al futuro dictador del planeta; y lo peor, usará tu felicidad como combustible para esclavisar a los desgraciados, presumiendo el premio que nunca ganaran. ¡Tiranos! ¿¡Que os ha hecho esta gente árida!?
Detente. No permitas que los de vaselina, camionetas, botas sofisticadas y tronos acribillados te seduzcan con su promesa de devolverte lo que era tuyo. Regosíjate de alegría mientras ellos llegan a su punto de ebullición por ser mendigos que suplican tu alegría. El niño te enseño a ser el hombre que siente el viento en su rostro y aún con las manos heladas arroja los frutos a la pared pidiendo tregua, pisando firme y volando como el ejército de espectro.
Regresa a la superficie, nadie te llevará de regreso a la avenida de las huellas, número 132.

9/Julio/2012

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