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De Deo.

Sobre mis ganas de ser Dios.

Esta insanidad de saberme Dios,
sin principio,
ningún principio,
sin deceso sobre el cual bailar,
y ¡mira que yo bailo entre los muertos!...
y, siempre sin misericordia por su nombre,
ni por mendigos que zarandean.
¿Y quién no tiene odio?
¿A quién no golpean los sauces en la frente?
—¿Es a Ofelia?
No, no es a Ofelia.
Decime
¿Por qué no tengo un infierno, tres muertes,
un rencor, algo que me coma el alma,
aunque sea con tu sonrisa,
aunque sea con tu cintura?
¿No ves que de amor muero, loca?
Este corazón que se alimenta de ayuno y soledad,
sólo acaricia a lo que se mueve
como espiritus del Leteo:
una iglesia quemada,
angeles abandonados,
monseñor Satán,
monjas de azucar,
y, sobre todo querubines,
sí, querubines,
querubines bellos como antorchas
que se elevan en un aquelarre
y destruyen toda dicha.

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