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Vino y zalemas.

Carta a Alicia

Cuando, llena de gracia, se recostó,
y se adormecieron los ojos de la ronda,
me acerqué a ella con sigilo,
como Sir Bob que busca el tacto furtivo con disimulo.
Me arrastré hacia ella incansablemente como el sueño;
bailé hacia ella dulcemente como el aliento.
Besé el blanco brillante de su vientre;
apuré el rojo ardiente de su boca.
Y pasé con ella suavemente,
hasta que carcajearon las nubes,
mostrando las dulces pupilas de albatros
y arrojé tantas zalemas como aves en el cielo.

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