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Las muertes de Sevilla

A mis padres

De laurel, no de acero,
con falda de campanas y cristales,
la torre es un arquero
cuyos leves puñales
aun mojados de rosas son mortales.
 
El primero fue el río,
lo mató una magnolia en primavera
y se quedó vacío
color de nieve y cera
bendiciendo la mano que lo hiriera.
 
Más tarde fue la fuente
del Alcázar Real la fenecida
y cayó blandamente
en su taza dormida
igual que una paloma en vuelo herida.
 
Después fue la muralla,
con su manto morisco y almenado,
quien cayó en la batalla
sangrando en el costado
por un lirio galán y enamorado.
Y las rejas floridas
y la cruz de la plaza y la cancela,
recibieron heridas
del arquero que en vela
en la Giralda es novio y centinela.
 
En Sevilla se muere
con una muerte blanda y deseada,
y el dardo que te hiere
no es cuchillo ni espada,
que es de flor y de sol la puñalada.
 
Yo mismo estoy herido
por una rosa nueva y amarilla
que del cielo ha caído
dejando mi mejilla
salpicada con sangre de Sevilla.
 
Sé que no tengo cura
y no me quejo a nadie de mi suerte;
mi herida es mi ventura
y cuando caiga inerte
bendeciré al amor que me da muerte.
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