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Relatos con fecha de caducidad

Empaquetó sus maletas
y partió una noche de invierno,
—ignorante
de si regresaría algún día.-
No acostumbraba a andar solo,
mas en esta ocasión desoyó la costumbre
para patearse las calles desoladas
de este viaje sin retorno aparente.
A paso lento,
se detenía de manera intermitente
para escudriñar los escaparates
que ofrecían una visión tenue de su interior
puesto que estaban empañados
por la brisa gélida que azotaba con fiereza.
Resultaba curiosa la estampa,
de ver a aquel hombre pasmado
sosteniendo ese acopio de equipaje,
con más fuerza que maña,
casi con toda probabilidad
era demasiado para una sola persona.
Caminando como podía
prosiguió su camino dispuesto a llegar
a una parada de taxi próxima
a las afueras de la vía urbana,
para la cual aun le quedaba
dejar atrás la avenida más comercial del poblado,
—sinónimo de más distracciones
en forma de escaparates y eslogans publicitarios
que hacían que el camino
se antojase más duradero si cabe–.
En vistas de que sus lánguidos brazos
apenas le daban respiro para afrontar el esfuerzo
de arrastrar las maletas se detuvo a reposar un poco,
dado que entre otras cosas las ruedas se encasquillaban
a cada instante y tampoco era un hombre lozano
sino que más bien se encontraba  en las postrimerías de su vida.
La solución que encontró fue hacer aspavientos
para captar la atención de la primera persona que encontrase.
La afortunada –para él– fue una chica que recién salía de su portal
 
Al ayudar al señor se le escapó un maletín
en un descuido cayendo al suelo y abriendose de par en par,
el contenido resultó ser más que inesperado,
pues estaba vacío,
¿Para qué demonios cargar con equipaje vacío?
 
Al cabo de unos días

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