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El topacio

y mi búsqueda del no-sentido ya-sentido

Todo se conecta a la historia. El paso de la humanidad asevera la complejidad del tiempo; cada vez hay más realidades por conocer y su condición temporal no es del pasado, la información se accede en toda fuente, es todo un presente.

Las loables expresiones de un barro tal vez, quien buscaba la estrella y preguntaba por el topacio. La experiencia de la sensibilidad ha de compartir rasgos comunes en su vivencia, de forma que sin importar el lugar, el espacio o el tiempo, dos pobres millonarios se puedan encontrar. De buscar, compartir y preguntar era esta última la que generaba en su solipsismo la mayor creencia de aferro. Todo ha de tener una articulación, conexión que vulnera los tiempos. Spinetta os cantaba la prestidigitación, conspirando desde su deficiencia. Sin sentido, sentidos perdidos.

Y el Topacio... que conecta la historia portuguesa por ser la piedra protagonista en la corona del joven rey Sebastião. Bandarra, por medio de trovas, y Pessoa, por medio de prosa, fueron aquellos profetas del sebastianismo, movimiento de creencia popular sobre el retorno del rey al haber desaparecido, ¿muerto?, en la batalla de Alcazarquivir el 4 de agosto de 1578. En Mensagem, Pessoa declaró el patriotismo de que:

“Era mi ser el que había, no lo que hay. Mi locura, otros que me lo llevan con lo que estaba pasando.

Sin la locura que está el hombre

Más que la bestia sana, el cadáver pospuesto que estaba buscando?”

El misticismo infunde lo secular, el máximo obrar del que conspira. Los tiempos no son remotos y si la creencia es validar la existencia, entonces que otra mejor salida que contemplar la inherencia de las realidades paralelas y las casualidad de las inherencias. Mórbidas verdades, las que se conspiran y se van entrelazando, los destinos de los caminos bifurcando. El regreso del deseado rey, el adormecido;
“Rey, fin, Sol, amigo”.
Era el acontecimiento de la confabulación, esperado y secularizado, en el nuevo día del año sin tiempo, el
día en que las nubes consagraron su regreso trayendo mensajes místicos de la metafórica serpiente que viaja por la sal. No hay un ente con mayor característica que el de la poesía de las palabras, la imaginación del verso magna. La conexión que reside en los textos es el adentrarse a un universo de significados cuyo contenido no debe ser desierto. Es su proceso de discernimiento el que toca vivir, a saber que en el hoy se está viviendo, ya en los ayeres se ha vivido. Si la historia es contada, narrada y por lo tanto tergiversada, la subjetividad del consenso apunta a los mismos conceptos de este místico retorno del prólogo. El algo se busca eternamente en el sentido, y los sentidos no le alcanzan. Lo que hoy se siente es ajeno al recuerdo de lo que ayer se sintió; y los ayeres más lejanos son los que menos trasgreden, a no ser que el Tiempo esté a merced del concepto y en nuestra lógica definamos su aproximación. Lograr definir en qué momento se está no basta si se quiere dictaminar la vida en la cual se está.

La profecía de la llegada traería consigo un topacio, el presente que se ganaría si lo que se veía en uno dañado por el mal no estaría. Sin embargo, la vista no existiría pues luz ni habría: el destino del topacio y su verano quedarían desangelados en el adormecido Sebastián que nunca despertaría hasta un nuevo día. Para Bandarra: “Veré, voy a decir, veo, ahora que estoy soñando, semilla del rey Fernando hace un gran desalojo.

Y sigue el deseo de los granos y deja tu viña,

Y decir: “¡Esta casa es mía ahora que me veo aquí!”

El dolce día nuevo, de ocasos, de realidades de azares. De amores y anhelantes, con los sueños que no se habían dilucidado antes. La sed que el agua no pudo curar, ser la verdadera sed. ¡Sed de ser!

#¿DondeEstaElTopacio?

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