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Hola Soledad

La cremiere Colfrance es al paladar como la literatura a las mentes

Aquí estoy yo, con cuatro maletas y un montón de cajas, con las mentiras escondidas entre libros y los harapos que no se gastan por esa vieja maña de conservarlos como recuerdos vivos. La primera vez que me fui no eran tantas hojas, a duras penas y sobrepasaban Best Sellers del 2011; ahora son un montón de voces que murmullan por las noches desde la magnánima Alfaguara hasta oveja negra y ediciones conmemorativas con separadores hechos a mano en la última página (Polifonía noctambula le llamo yo).

Hace años yo no detenía el tiempo para observarlo todo; la soledad es maravillosa en la medida que se me presenta como alternativa a un universo, en el que puedo ser solo con la preocupación de perderme en mi para siempre, aun dudo si esto es una preocupación o un exquisito ideal de vida. El caso es que este lugar me produce un placer nostálgico, de cada caja saco un ejemplar y en la primera fila del único mueble que acompaña MI rústica habitación ubico a Dostoievski solo por la innegable frase que abre mi mundo literario:
“¿Creen que no lo siento? Cuanto más bebo, más sufro. Por eso, para sentir más, para sufrir más, me entrego a la bebida. Yo bebo para sufrir más profundamente.”

Curiosamente la luz del techo me alumbra la caja de todos los regalos y saco una botella de vino tinto Rioja de la reserva Lan y a mi boca un ápice de felicidad asoma. Destapo la botella y sirvo un poco, dentro del dolor hay placer me digo mientras doblo la bufanda verde, tomo otro sorbo y otro sorbo y la soledad cumple su cita, me escucha atenta, solo reacciona para pronunciar mi nombre que rebota en las paredes, me siento grande aquí y brindo porque no es malo empezar de cero y creo que no todo está perdido, las mejores cosas suceden en lugares como este, sin rumbo y llegan sin ser pedidas. Me fijo aquí, entre las veinticinco baldosas blancas y desempaco la máquina de escribir para dibujar las reglas que regirán aun no se qué de mi vida, en esta habitación que encuentro mía.

Hace falta el tic tac. La caja de los regalos, vuelvo y saco una sonrisa; destapo y busco el sonido del reloj, solo encuentro las mentiras que corroen páginas viejas:

“Pero así como el amor te corona, también te crucificará, lo mismo que te ayuda a crecer, también te poda”

lo ubico en la segunda fila y tomo pequeños sorbos mientras doblo ropa. A veces me pregunto qué me quiero demostrar, si venir acá solo es un capricho, una dulce condena o el inicio de un largo viaje a la estabilidad. Las manecillas   con el minutero aparecen dándome respuestas. Soy mitómana esa es la verdad que encierran estas voces.

—Mami, tengo hambre.

La caja de los regalos, ahora entiendo porqué la recibí “La Cremerie Colfrance”, saco Pastramie de pavo con jamón Serrano y queso Brie y entiendo también por qué ese vino tinto te gusta tanto, es que juega amargo pero sutil con la textura blanda y encierra el aroma en todo el rostro hasta prolongar en toda la habitación la figura blanca del queso. La sonrisa se me dibuja de gratitud y la reserva me da calma, tal vez me acostumbre a la caja, tal vez la decore y la extrañe en tu nombre cuando esté vacía, tal vez esto sea el inicio a más literatura:

“Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez”

se llena la tercera fila y no puedo evitar llorar de alegría, entonces de la última caja de ropa, saco el sonido, el único que no abandona, el que siempre te martilla la cabeza con melodías, el que aprieta las ilusiones como camisa de fuerza y nos retiene ahí, en ese instante concreto en que sufrimos o anhelamos que pase algo o incluso nada  o el único que carcome los desencantos como hormigas de fuego que suben y bajan por la garganta al pecho y se concentra luego en la nariz cuando va al compás de los acordes de un himno celestial, entonces estoy yo, no ahí, ni allá, sino aquí al borde del abismo para empezar una nueva vida.

¡Salud!

30/09/2017

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