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Semillas de sésamo II

La ausencia es un paso irónico para penetrar en la presencia. Irónico el acto de entender la muerte para aprehender la vida y no la vida por la vida hasta la muerte.

El cuerpo está cansado. Suena la primera campana en el reloj. El primer sorbo resulta ser el más amargo, como si el peso de la muerte se sintiera desde el primer dilatamiento de pupila al observar el vaso de agua mezclado con canela.  Ya son nueve semanas de probar solo líquidos, por ahora solo sigue el ritmo del día. Pasadas las siete de la mañana Anne ya no está en su cuarto, ya no está en su cuerpo, ya no está en su mente. A paso rápido toma las compresas de agua tibia y agarra otro vaso pero esta vez para beberlo con pastillas.

Frágil se da a la fuga.  Sube al bus, el tiempo pasa lento y las náuseas no dan espera. Por cada anuncio a la siguiente estación Anne traga saliva hasta sentir que la canela y las pastillas se mezclan para jugar a un viaje esofágico al exterior.  Baja una parada antes, toma aire, vomita algunos anhelos y sigue en fuga.

Las escaleras le zigzaguean irónicamente mientras las compresas se tornan frías, las desocupa, sube y las dobla, una segunda alarma la asusta, ya son las nueve. Bebe con intensidad un líquido verde, ácido y a la vez insípido; reconoce a alguien y aparecen nauseas ¿acaso son más anhelos? No, son Vestigios de recuerdos por sus labios tibios.  Cruzan saludos y Anne palidece, hacen faltas los sabores, los sólidos, la sensación de llenura. Un abrazo, preguntas sin respuesta, acúfenos. Miradas a distancia y en el aire algún te quiero por decir. Silencio.

El baño a esa hora resulta lleno así que acude al de hombres. Saca la papeleta e introduce un poco en su nariz, la fuga es inmediata. Las clases empiezan  y las sensaciones se multiplican, una respiración pausada le ayuda a pensar exactamente qué desea hacer y el hambre sacia mientras su mandíbula cobra vida. Suena la alarma para beber más agua. Náuseas y más náuseas. Sale. El “primo” la saluda. Calienta las compresas pero no hay dolor en el vientre. Enciende un cigarrillo, absolutamente nada pasa y todo aún así transcurre. Los edificios generan más movimiento en las nubes por su rigidez y altura. Hay un vacío, un vértigo maravilloso mientras el humo vuela a deshacerse entre los copos blancos. Sangra, limpia sus uñas con el pasto pero la picazón es incontrolable, el cuerpo entra en hormigueo y las heridas aumentan. La existencia es exquisita cuando afloja el aliento de la vida que se va en un sorbo del preciado negro de los académicos. Terminado el humo... más náuseas. Anne está cansada, paranoica, bebe el último sorbo de esas venas verdes. Acude al baño y no hay nadie, la bolsa de semillas, las mira, las detiene entre sus manos y las deja libres, siente la primera contracción, aumentan los latidos que creía perdidos como si algo le recordara su posición errante pero alegre en esta vida, una segunda contracción. Saca un limón verde, rápidamente amarra el brazo con un trozo de goma fucsia y diluye un poco con la otra mano. Habría sido más fácil esnifar un poco pero quería la sensación de dolor. No hay dolor. Vuelve la vista a las diminutas esferas que se confunden con la sangre. Entre tanto una o dos lágrimas. Un desmayo y entre semillas de sésamo regadas en el suelo Anne ve la vida, ve la muerte.

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