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Udára

A Doris Martínez

Señora:

No me place saludarle pero necesito hacerlo. Así como usted deja sus cartas en la mesa y pone en ellas sus modos de ver y sentir el mundo, hoy yo hago lo mismo. No para echarle en cara las cosas que hizo o dejó de hacer, ni más faltaba, aún tengo un poco de respeto y me aferro a no juzgarla hasta el fin de mis días (ojalá no sea esta la excepción). Siento necesario poner mis cartas en la mesa, en su mesa porque quiero pedirle algo; no tengo una propia (para mayor desgracia) y si la tuviera no dejaría cartas, pondría una almendra, tal vez un libro, incluso un plato de comida con mucho amor y la invitaría a disfrutar conmigo, pero Señora, ese no es el caso, ya la carta está en su mesa y eso es lo que importa.

Tómese Señora un corto tiempo para leerla, ya que el diálogo cara a cara es imposible. Espero usted hoy pueda abrir sus ojos para entenderme, aunque tampoco quiero que me juzgue, es más, yo he cometido más errores, por eso entiendo el porqué esa tentación a señalar al otro y déjeme decirle que según mis reflexiones encontré más que eso, encontré un culpable o una culpable y eso me martilla el alma. Es como si en esas reflexiones hubiese venido a mí una campana a sonar todos los días para tomar posición cada vez que siento el tintineo, no se si entienda a qué me refiero así que si hay dudas le voy a contar:

Un día la campana se fue de mi vida. Sin más apuros y en palabras más simples, cuando el cerebro tiene un estímulo constante (en este caso sonoro) la adaptabilidad es efectiva. Cuando supe que no había tal sonido mi cerebro entró en un estado de aprehensión menos mecánico. ¡Sí!, efectivamente señora, entre menos adaptados nos encontremos pareciera ser que más infelices somos. No le llevo a usted la razón única y exclusivamente porque hasta los gestos cambian. Parezco triste, pero no es verdad solo no me adapto a la mecanicidad que pueda llegar a ser la vida . Si usted se fija, cuando caminamos yo disfruto hasta la más mínima hoja que se cae, disfruto su color y pienso que ese es el que le corresponde y no otro, disfruto la esencia de la cosa y me maravillo para mis adentros. No lo expreso porque mi verdad no es su verdad y en tal incompatibilidad es mejor no hacer gestos ¿Entiende ahora? No se es infeliz, solo que no a todos se les muestra nuestras motivaciones. Y es sano, es justo. Señora, es necesario por el bien de quien disfruta.

¿Recuerda la campana señora? Descubrí que la tenía otra vez cuando usted volvió. Perdone, no me lo tome a mal, pero me di cuenta que sufrir un dolor no implica recordarlo siempre y cuando usted llega no hay epidural mental que cure esos amargos pensamientos. A ver si me entiende con un ejemplo, parece ser que a algunas madres se les olvida ser madres, es como si nunca hubieran sentido lo que es serlo por primera vez. Y yo la verdad me considero mujer de buena memoria, pero desde que tengo mi campana otra vez sonando siento que no me preocupo ni por la hoja, ni por los gestos, ni por el dolor, ni por mi hija (recuerde que yo también soy madre) y tal vez las madres refuerzan esos estímulos negativos aunque su deber sea enseñar a apaciguarlos (no quiero juzgar pues antes de ser madres, somos mujeres, somos humanas pero así es)

Señora ¿no ve que duelen y son muy oscuras las palabras cuando salen de su alma? y a pesar de todo esto que pueda usted decir por odio, por costumbre, por su bagaje de vida, hay momentos en la vida en que deseo volver a su fuente, a esa edad primigenia antes del alumbramiento donde los ojos que, ahora son para las lágrimas, no se golpean más con mis manos tristes y, al contrario, pueden descansar por completo en el saco oscuro de esa primera casa, pero Señora mía, no lo hago porque no se da el espacio para un diálogo. Jamás lo hubo, jamás lo habrá.

Espero usted comprenda lo que quiero decirle y si no es el caso se lo digo en esta carta: gracias por todo lo que me das madre, pero ¿me regalas un abrazo? es que a veces las monedas son muy frías.

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