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Cootidianidad

Hoy lloré por la vida que se ahoga en mares de inconformismos. Lloré porque vi en la madrugada el silencio perturbador mientras cruzaba toda la 30 para ir hacia el frío de esa que no es mi casa; frío que solo es apaciguado por el dulce calor  de esa pequeñita alma. Hoy lloré porque no hubo un buenos días por la mañana; porque recordé la sonrisa que me puse la noche anterior para seguir aquí con el rumbo del día y cansada por no dormir, por trabajar y por respirar toda la noche. Aún así, corté tan rápido como pude las cebollas, las frutas y los tomates, puse a hervir el chocolate, alisté su ropa, abracé a mi hija, y perfumé la ducha mientras terminaba de hacer todo un menú de desayuno para tres y un almuerzo.

¡Sí!, Hoy lloré tan fuertemente porque justo a las siete y media de la mañana todo estaba perfectamente listo: la cama, la ropa, la vida de ese momento y  “la olla sucia del chocolate” que yo alcanzaba a lavar pero no lo hacía porque quería fastidiar. Lloré porque empaqué la maleta mientras me ponía encima eso que llaman “Diplomacia” y con mucha fuerza de voluntad pude cruzar por esa, la maldita puerta para escuchar cosas como: “Las niñas lindas no se comportan así” “Eso es de niños, ¡No haga eso!”, y tragándome las que alguna vez salieron al cruzar el pasillo  me vestí de esperanza confiando en que un día frases como esas en Mi casa, mi verdadera casa, no  volvieran a ser pronunciadas. Salí con el corazón herido porque en las muchas puertas que debo cruzar, una tras otra son arrojadas las famosas lanzas.

Hoy lloré porque hasta aquí yo no había dicho nada, porque casi nunca digo algo lo suficientemente importante y porque si llegase a pensar en algo extraordinario procuraría distraerlo como esta mañana yo  lo hacía con las flores del camino hasta llegar a la otra que tampoco era mi casa. Así hasta evitar todo rastro de lo que pudiera ser relevante. Así que, a este punto lloré porque no llevaba afán, porque todo iba de acuerdo a la agenda programada y porque no pude decir que “No” a los favores de último momento sabiendo que yo ya tenía el tiempo asegurado. Aun así empecé a redactar oficios para la Alcaldía Local, empecé a cantar para que pensaran que era esa a la que todos extrañaban y no la que es ahora.
Terminé organizando mi grupo de trabajo para la tutela a realizar vistiéndome de alegría hasta encontrar más tarde a Eva y a Gabriela en la universidad que me vieron consumir el humo, porque ellas saben bien que a pesar de la alegría y de toda mi energía positiva fumo cuando no sé qué hacer con la vida, cuando ese hombre se levanta y no me besa, cuando parezco todo, menos su esposa, fumo cuando el amor que siento por él se me atora en la garganta y no me deja decírcelo y por ello prefiero enredarlo en mis dos dedos.
Hoy lloré porque al igual que hace siete años yo no sabía que hacer con mi vida, porque una vez YO la tenía en mis manos, la besaba y le decía que era yo quien la tenía, que era yo quien decidía y tenía el poder. Mientras recordaba esto yo ya estaba en la segunda casa viendo cómo la gente ignoraba los procesos judiciales, la citaciones de la fiscalía, las amenazas de embargo y me indignaba que se quejaran por el tiempo los que son pensionados y pensé en lo mucho que me gustaría no dormir esas cuatro horas diarias, para que ellos no se preocuparan tanto y así pudieran estar rápido en sus casas viendo las noticias que promueven la misma estructura social manipulable por la cual algunos están peleando por cambiar, pero ¡No!, esto es tan poco. Hoy lloré porque me enfurece escribir todos los días a un Alcalde que no escucha, a un Veedor que está solo porque hay una mujer que le susurra al oído su perversa condición de mujer casada, lloré porque me enfada ir de aquí para allá sin encontrar respuestas mientras veo las lágrimas de quienes quieren hacer, pero por el reumatismo, la artritis o el asma no pueden; lloré porque me enfurece defender un patrimonio que ni siquiera es mío. Y ¡sí! a las once y ocho de la noche yo lloré  por mi vecino al que le confiscaron sus cosas, por la vecina y sus chismes en la portería contra mi bella Madre, por Don Alberto y su cadera, por Don López y su anhelo de morir y dejar su casa a sus hijos y no a un par de pícaros, lloré por los que no leen las sentencias, ni los acuerdos, ni la escritura 7373 y aun así se atreven a gritar en contra de los suyos y a favor de los que sí son escuchados allá en la Fiscalía para que pasen sus procesos (que ya están comprados y yo aun así sigo escribiendo), lloré porque no he dormido, por mi cuerpo adolorido, por la pierna de mi padre, por los abrazos que me permiten el deleite del aroma, por la que está en Chile, por el que quiero que esté en México, por Gloria que no veo, por Santiago el que es raro, por el pétalo de Bugambilia, por mis tres hermanos y nuestras diferencias, porque no sé dónde está Javier, por el otro Santiago y porque llegué a esa, la que no es mi casa a ver la del chocolate. Lloré por la vida esa, la cama esa que me saluda muy puntual hasta la media noche y ¡Sí!, lloré porque en un día no soy,  amiga, estudiante, hermana, prima, esposa, hija, amante, profesora, madre y porque por la noche, al llegar la más noche no soy una mujer, guerrera, fiel y constante.

Erase una vez la firmeza y la perseverancia del ánimo en las resoluciones y en los propósitos de una cosa. Un muy buen miércoles.
22/06/2016
11:33 pm

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