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Esperando la primavera.

Algunos ahí matándose por el arte, y a mí el arte me mata.

Es la nostalgia la que me obliga a escribir, soy poeta nostálgico. Y de mi musa nace la inspiración.

Escribo a solas, porque así me conozco más a fondo, escribo para saber quién soy, no escribo para enseñar mi yo interno.

Y este hábito tan cruel el mío de no darle su lugar al tiempo, y mostrarme perpetuado por la amarga espera de la inspiración, es este hábito de no conciliar paz por dentro lo que me tiene perdido por fuera.

Y la paz me llega, si mi mujer está a mi lado.

Es ella el suave manto que me arropa y le da calor a el frío invierno que envuelve mi alma, y cuando siento en mi piel el tacto de la suya, la primavera forma parte de mi interior, y brotan racimos de versos con flores que adornar el suave cántico de las aves que se han liberado de su encierro, mi alma brota en forma de paloma blanca, ella, siendo insignia, representa la inspiración.
Pero al paso del tiempo esta primavera se vuelve verano, y estos versos toman calor, y emigra mi alma a las cálidas costas de sus caderas. La pasión ya forma parte del momento, en sus mares me he de sumergir, y he de beber de sus manantiales. Purificando mi ser, eliminando los rezagos de amargura provocados por su ausencia. Ya mi alma y la suya forman una sola.

Llega el otoño, y caen las hojas de los árboles, de estos árboles que poco a poco hemos plantado en nuestro basto paraje de historia, poco a poco se van quedando tristes, tristes sin su verde que da vida. Y yo, sentado bajo su sombra, sintiendo rabia, porque la luz como la triste realidad, nos termina tocando.

Y llega nuevamente el invierno, llega la soledad, llega el tiempo de separarnos, y llega otra vez la nostalgia, ya el poeta nostálgico se encuentra consigo mismo de nuevo, sólo y frío. A la espera de volver a sentir su piel, de volver a escribir más versos, de volver a beber de ella. Pidiéndole al tiempo que haga lo suyo.
Esperando la primavera.




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