Cargando...

Salmos de la vida y de la muerte: En las playas de la Estigia

No mires hacia el cielo, ¡oh Alma Pe—
regrina! porque nada hay en él ;
 
tu Destino adivina, en el hondo Miste—
rio de tu propio Ser ;
 
no hay más Dios, que Tú ; ;
 
tú eres Alfa y Omega, de tu Vida radio—
sa ; todo de ti parte y, a ti llega ;
 
tú eres principio y, fin, de tu propia
existencia ;
 
todo el Orbe y, toda la Ciencia ;
 
cuando tú hayas muerto, con tu propia
esencia, otros seres se formarán ;
 
pero, ya no serás tú ;
 
tu Bien, tu Mal, tu Vicio y, tu Virtud,
 
 
todas esas quimeras de sentido animal,
se acabarán cuando tú mueras ;
 
y, de tu polvo inánime, en los dispersos
átomos, volátiles o extáticos, no quedará
de tu Ánima, ni el recuerdo fugaz...
 
la Vida, es una farsa...
 
la Vida, es una máscara ;
 
j compréndela!
 
¡diviértete!
 
y, goza el Carnaval.
 
¡Oh! ¡pobre alma del Alma! ¡pobre
Alma mía! para ti, no fué hecha la Ale—
gría ;
 
pero, tampoco la Tristeza...
 
la Tristeza escabrosa, que otras almas
esteriliza, en mí, florece en una rosa... ;
 
se cristaliza en la Sonrisa ;
 
la Sonrisa...
 
río... yo, que no amo ;
 
río... yo, que no creo...
 
I cómo es bella la sonrisa en los labios
del Ateo!...
 
por magnífica...
 
por enigmática...
 
como la Esfinge...
 
como el Deseo.
 

II

 
 
Yo, he amortajado mi Alma, con los
sueños furtivos, de las cosas ya muertas,
y de las cosas idas ; de las cosas no vistas
y, de las no vividas ;
 
le he puesto, la corona de espinas de mi
irrisoria Gloria, hecha de todas las rosas
de hiél, de mi Victoria ;
 
le he tejido un velo sutil, con mis lágri—
mas ; velo de un impalpable tul ; color de
cielo blanco ; color de cielo azul ;
 
he puesto entre sus manos, la cruz de
lirios, de todos mis dolores, y todos mis
martirios ;
 
¡entre sus manos luminosas, sus manos
puras, sus manos bellas, como escultu—
ras talladas en un bosque de estrellas! ;
 
la he ungido con un perfume que el
tiempo no consume ;
 
y, me he propuesto enterrarla, tan hon—
do, tan hondo, que yo mismo no pueda
encontrarla ;
 
lejos de las miradas de los hombres ;
 
lejos de la Piedad de los hombres ;
 
lejos del Amor de los hombres ;
 
del Odio de los hombres...
 
de la voz de los hombres...
 
de las manos de los hombres ;
 
más allá de todo lo que tiene formas y,
de todo lo que tiene nombres ;
 
más allá de la Tierra, y de lo que ella
encierra ;
 
más allá de la Vida, y de lo que ha vi—
vido ;
 
del Silencio, y del ruido ;
 
de lo vital y de lo inerte, de la Vida y
de la Muerte ;
 
más allá del Olvido...
 
Enterrada mi alma, ¿encontraré mi calma?
y, mi Serenidad ;
¿qué haré ahora, perdido en mi sole—
dad?
vivir mi Libertad, cumplir su Ley ;
yo, el esclavo de mi Voluntad ;
¿su esclavo? no...
Su Rey.
 

III

 
Cuando en el bosque silencioso, que
duerme en el reposo, sobre el seno férvido
de la Tarde pálida, veo el azul crepúscu—
lo, tornarse carmesí ;
 
yo pienso en Ti ;
 
¡estrella solitaria de mis lejanos cielos,
tan altos y tan diáfanos!... ¡en ellos te
perdí!...
 
en los rosales lánguidos, desflóranse los
pétalos, las rosas anacreónticas, rebélanse
a morir...
 
y, al ver sus hojas fúnebres, caer en el
crepúsculo ; ¡oh rosa melancólica, lejana y
quimérica!
 
yo pienso en Ti ;
 
cuando en las aguas del estanque lím—
pido, que las alas de la Sombra hacen lú—
gubres, miro los cisnes hieráticos, descri—
biendo jeroglíficos, sobre las ondas mó—
viles ;
 
¡oh! divino cisne enigmático, que flo—
tas como un Símbolo, sobre el estanque
lívido, de mis recuerdos íntimos ;
 
yo pienso en Ti ;
 
los cielos y las aguas, las rosas y los cis—
nes, a la hora del Crepúsculo, todo me ha—
bla de Ti ;
 
lejano ídolo ;
 
remoto Símbolo ;
 
¡estrella candida de cielos vírgenes que
yo perdí!...
 
¡pálida, lánguida Visión Beatífica, tus
alas frágiles, vienen a Mí!
 
y, se posan sobre mi corazón...
 
¡oh divino botón de aquella rosa yerta!
 
a tu contacto, mi corazón despierta, y
se postra en Adoración ;
 
¡tú, eres la imagen de mi Madre muer—
ta!...
 
los cielos lánguidos, las aguas límpidas,
las rosas pálidas, los cisnes mórbidos, y
los crepúsculos, me hablan de Ti ;
 
divina Ánima ; vienes a Mí ;
oh, Tú, mi ídolo ;
oh, Tú, mi Símbolo ;
Yo vivo en Ti...
Yo vivo en Ti...
 

IV

 
 
Son jóvenes ;
 
se apoyan, el uno en el otro, como si fue—
sen un grupo de Tindáridas, a los cuales
la acera les sirviese de zócalo ;
 
el ramaje de los árboles de la Avenida,
tiende sobre ellos, un luminoso palio azul,
de luz vencida...
 
ella, más joven que él, casi una niña ;
ríe, ríe, ríe... ;
 
él, un poco más grave apenas sonríe ;
 
escuchan complacidos el organillo ca—
llejero, que un viejo mendigo, hace sonar
con son lastimero ;
 
se miran en los ojos, llenos de ensoña—
ciones, como si sintiesen la voz de las más
bellas pasiones, cantar en sus corazones...
sus ojos fulguran de voluptuosidades, y
sus labios se empurpuran, como si hubie—
sen bebido la sangre del Sol ;
 
yo miro el cuadro, detrás de los crista—
les de mi balcón, conmovido en mi Sole—
dad, por esta decoración de Vida y, de
Voluptuosidad...
 
¿por qué esa música, me hace tan ex—
trañamente melancólico?
 
¡su eco prolongado martiriza mi cora—
zón!...
 
¡oh lúgubre procesión de fantasmas
queridos! ¿a dónde vais?
 
coro de voces desvanecidas, ¿qué mur—
muráis?
 
el c:: elo se hace ante mis ojos, triste y,
borroso; semeja un mar, verde y fan—
goso, en el cual naufragase el cadáver de
un cetáceo en forma de luna, de un lívido
palor ;
 
para ellos, para los jóvenes, todo es co—
lor de oro y, púrpura, en la atmósfera fe—
liz...
 
para mí, ¿qué es esta hora gris 1?...
 
¿qué hago en mi soledad, entristecido
por la edad, rodeado de mis sueños incon—
sútiles?
 
¡mi Vida, es una ruina coronada de res—
plandores inútiles!...
 

V

 
El azafrán de los cielos se retrata, sobre
las aguas de color de plata, dormidas
mansamente, bajo el azul doliente...
 
se diría, que en esa etérea Melancolía,
se evapora el corazón del día...
 
el alma de la Tarde, duerme en el pro—
fundo corazón del lago, lleno del inerme
halago de la Meditación ; tal el cadáver
de una virgen, en una urna de cristal ;
 
jirones de azul en el follaje, y sobre la
paz divina del paisaje ;
 
vértigo de soledad, en la aparente inmo—
vilidad, de la hora soñadora...
 
los ramajes florecidos, fingen sobre las
olas, un éxtasis de corolas ; como una vi—
sión de minaretes sobre el Bosforo...
las luciérnagas en las frondazones, ha*
cen reverberaciones de fósforo ;
 
los perfumes de las flores se hacen mór—
bidos, en esa calma cataléptica ;
 
me inclino sobre el agua extática del
lago; que reproduce mi rostro fatigado,
privado de todo halago ;
 
y, por unos instantes, me veo reprodu—
cido en ese fondo de nácares flotantes ;
 
luego... pasa un soplo de brisa ; el lago
se irisa ; y, mi imagen palidece y, desapa—
rece...
 
y, pienso que la Vida, es como aquel la—
go;
 
un momento nos inclinamos sobre ella,
y reflejamos nuestro rostro, como el halo
de una estrella...
 
viene el soplo de la Muerte, letal, y des—
aparecemos, nos esfumamos, nos borra—
mos del pálido cristal...
 
en un derroche de precipitación...
 
y, nuestro corazón, ha vivido lo que el
corazón de una rosa, fatigada de contem—
plar la Noche.
 

VI

 
Sus labios malos, sus labios crueles, re—
pletos con las hieles de todos los conoci—
mientos, y el veneno extraído del corazón
de todos los pensamientos, vi la faz dura,
de la edad madura, alzarse ante Mí ;
 
como una estatua, sobre su zócalo, se
alzaba sobre el sarcófago, de mi Juven—
tud;
 
esquivó su sendero, pasando lejos de su
Virtud, llena de tan solemne acritud ; pa—
sé de lado, desafiando su Hado, sin oír los
consejos, que ella da a los que marchamos
para viejos...
 
y, seguí, cargado de ilusiones y de no—
bles pasiones, camino de la Vida ;
 
esquivó su sendero, pasando lejos de su
Virtud, llena de tan solemne acritud ; pa—
sé de lado, desafiando su Hado, sin oír los
consejos, que ella da a los que marchamos
para viejos...
 
y, seguí, cargado de ilusiones y de no—
bles pasiones, camino de la Vida ;
 
a empellones he llegado hasta el um—
bral de la Vejez ;
 
me espanta su mudez ;
 
ella, i no tiene nada qué decirme?
 
ella, i no tiene nada que enseñarme?
 
¿nada qué aconsejarme?
 
¿nada en qué instruirme?
 
¿la Vejez, no es, pues, la Creencia?
 
¿la Vejez, es aún la Duda?
 
¿la Vejez, no es la Ciencia?
 
la Vejez, es muda ;
 
la Vejez, es la Indiferencia ;
 
¡un fantasma lamentable, sentado so—
bre las ruinas de una Conciencia!...
 
un Job, espectral y miserable, indife—
rente al martirio y al consuelo...
 
un Job, sin gestos y sin voces, que no
interpela ya, al cielo, ni a los dioses ;
 
un Job, sin pasiones, sin lamentacio—
nes, sin desesperaciones...
 
un Job, que sonríe, sobre su basurero...
 
una larva feliz en su estercolero...
 
si eso es la Vejez, un sueño sin ensue—
ños, sin horizontes risueños, sin cielos de
tempestad y de emociones ;
 
una zona, áfona, privada de la música
viva y convulsiva, de los huracanes y de
las pasiones...
 
si es la Vida inerte ; sin luchas y sin al—
tivez...
 
más valdría no entrar en la Vejez ; y,
entrar resueltamente en la Muerte...
 
entrar en la tumba, pero ascendiendo,
por la escala de las idealidades de Jacob,
y no, descendiendo por las asquerosas de—
bilidades del estercolero de Job ;
 
pero, i por qué no hacer de la Vejez, un
asilo calmado de Ciencia y de Arte?
 
y, un baluarte artillado, para las gran—
des batallas de la Idea ;
 
prepararse a morir en la pelea, a morir
en belleza, alta la cabeza, en la cual nues—
tra melena cana, tenga el divino resplan—
dor de una mañana ;
 
morir, guiando el carro de la Victoria,
por los radiosos cielos de la Gloria.
 

VII

 
¿Por qué amo tanto extinguir todas las
luces, y, sentarme luego a contemplar el
fuego de mi chimenea, como si viese en
sus llamas, brillar el resplandor de unos
ojos amados, hace tiempo cerrados sobre
el Misterio de la Eternidad?...
 
yo, amo la obscuridad, porque en ella
veo mejor, el esplendor de los parajes de
mi Soledad ;
 
los cielos fantásticos de la Tiniebla, sir—
ven de manto cariñoso, para el reposo de
un corazón que nada puebla ;
 
la llama de la hoguera, parlera y voraz,
me habla de horizontes distintos, ya ex—
tintos, de cielos despoblados, y de soles
carbonizados, que no renacerán jamás...
 
 
y, todo mi Pasado, grita en mi Soledad,
con un clamor desmesurado, de Mar, en
la Inmensidad...
 
y, su voz, hecha viva, tiene la armonía
imitativa de una voz humana, de la voz
hermana de un amigo, que dialoga con—
migo;
 
y, hay un vago perfume extraño, un
perfume de Antaño, como venido de jar—
dines muy remotos, que conoció mi ju—
ventud...
 
se siente un ruido de alas sobre un
ataúd...
 
así, como si un buho taciturno, cruzara
con sus alas pesadas, el paisaje nocturno...
 

VIII

 
No abras por completo tu corazón a la
Esperanza ;
 
teme siempre del Destino una ase—
chanza ;
 
no cierres por completo tu corazón a la
Esperanza, que aun en la hora de mayor
tiniebla, un rayo de sol avanza...
 
rayo de Consuelo, venido de un cielo
desconocido, sobre la Desesperanza ;
 
ni esperes, ni desesperes...
 
deja que se cumpla el Misterio obscuro
de los seres ;
 
la Fatalidad, es la única Deidad, que
reina sobre los hombres ;
 
¿qué te importan sus nombres?
el Acaso, Dios, el Destino...
en todas partes escucharás su voz, siem—
pre la encontrarás en tu camino...
y, su esclavo serás ;
nada podrás contra tu Sino ;
nadie puede escapar a su Destino.
 

IX

 
 
Yo, he oído la tempestad sobre los ma—
res, vomitar las olas y, los truenos, sobre
el débil esquife, que el naufragio cercaba ;
 
yo, he oído el huracán sobre la Tierra,
batir los flancos de la Montaña, y la es—
palda de las llanuras, haciendo temblar
de pavor los ganados en la pampa, y rugir
de espanto los jaguares en la selva ;
 
yo, he oído la batalla, gritar por la boca
de todos sus clarines, y la garganta de to—
dos sus cañones, sembrando la Muerte, al
paso de su guadaña segadora ;
 
yo, he oído la Muchedumbre —el corde—
ro con cabeza de lobo —aullar enfurecida
contra el grupo de mártires que marcha—
ban al Patíbulo, vencidos y, agarrotados,
en una hora de duelo para la Libertad ;
 
y, he oído los gritos, los ¡hurras! los
aplausos, de los pueblos delirantes al paso
de los Amos—Vencedores, que venían a de—
vorarlos...
 
y, nada he oído tan sonoro ;
 
nada tan asordador...
 
tan atronador... como la voz de un co—
razón que grita en el Silencio:
 
—¡Yo, quiero morir!... ¡Yo, quiero mo—
rir!...
 
y, es tan fácil apagar el alarido de ese
león...
 
el ruido que puede apagar ese grito, no
se escuchará tal vez a diez metros de dis—
tancia, de mi lecho...
 
no perturbará la alegría de las rosas,
que se abren sobre mi mesa ;
 
no hará callar la canción de los pájaros
que tocan con el ala los cristales de mi
ventana...
 
pero, hará callar mi corazón...
 
los leones duermen cuando han devora—
do su presa...
 
y, sueñan grandes victorias, con las ga—
rras crispadas sobre las carnes palpitan—
tes...
 

X

 
¡Oh! ¡mi Dolor! ¡cómo eres Santo! tal
vez lo único Santo que hay en Mí ;
 
del Alba a la Noche, yo vivo en Ti ;
 
¡cómo eres vasto, inmaculado y so—
noro! ;
 
yo, te adoro ;
 
bello Dolor humano; tan puro, como
las nieves de las cimas y, los arroyos del
llano ;
 
tu contacto me lastima, pero con una
Piedad de hermano ;
 
del llanto que tú me haces verter, yo
me hago un manto, un manto escarlata,
 
un manto de desafío, bordado con todas
las flores del Orgullo mío ; de ese mi Or—
gullo adorable, que para muchos me ha
hecho abominable...
 
—«Yo sufro, yo sufro»,
 
siento una enorme Voluptuosidad, lan—
zando ese grito frente a mi Soledad ; y,
frente a frente al Infinito...
 
sin que nadie me vea, sin que nadie me
escuche...
 
¿es preciso que luche por ahogarte?
 
no ; yo no te asesinaré ;
 
no mataré mis Pasiones ;
 
no estrangularé mis leones ; mis fieras
queridas, que han hecho de mi corazón,
un refugio donde sangran sus heridas ;
 
con sus garras torturan mi corazón ; es
Verdad ; pero, esa tortura no me espan—
ta ; esa tortura es Santa ; ¿no veis que se
llama la Voluptuosidad?
 
¡Santa, como la sangre que se escapa
de la herida!
 
¡Santa como la Muerte! y ¡Santa como
la Vida!
 
yo, amo el color de la sangre ; el color
rojo ; el color que fulgura;
 
la sangre es fuerte, la sangre es pura ;
 
en cambio, odio toda blancura; como
odio toda Tristeza ;
 
 
lo blanco carece de Belleza, lo blanco ca—
rece de color...
 
lo blanco es ciego ;
 
la blancura me da horror ;
 
es como una falta de fuego ; una falta
de Amor ;
 
y, sobre todo, una falta de Dolor ;
 
¿qué es la Vida sin el Dolor?
 
Vivir es Sufrir;
 
el Dolor, es la entraña de donde surgen
todas las creaciones ; los himnos y, las la—
mentaciones ; los heroísmos y, las cancio—
nes;
 
toda la Poesía, reside en esa entraña
sombría ;
 
toda la Belleza del llanto ; toda la Su—
blimidad del Canto ; todo lo fuerte, como
la Venganza ; todo lo débil, como la Espe—
ranza ;
 
todo nace y, vive en esa entraña: el gri—
to de los vientos en los mares, y el grito de
la Noche en la Montaña ;
 
la Lujuria y, la Castidad ; la Violencia
y, la Serenidad ;
 
todos viven en Ti ; y, van a morir en
Ti; ¡oh, Dolor!...
 
¡Pero, tú ; mi Dolor!...
 
Tú, eres Único...
 
y, magnífico.
 
¡Oh! ven y hiéreme, y despedázame ;
 
tú eres: el Espíritu ;
 
Verbo Creador.
 

XI

 
¡Pienso con Dolor, en tanto que he vivi—
do ; en tanto que he llorado, en tanto que
he sufrido, y tanto que he luchado!...
 
y, pienso, aún con mayor Dolor, en la
Simiente que he sembrado... sobre la es—
téril roca...
 
pronto se apagará mi Pensamiento ;
 
y, para siempre se callará mi boca...
 
¡oh, si pudiera encadenar las alas del
viento que llevó las Palabras mías!...
 
mi Verbo de Libertad, mis Profecías;
todo aquello que dije al oído de los Hom—
bres y, de las Naciones. . .
 
todo... hasta las canciones, que dije al
oído de un Amor nunca sentido ;
 
todo lo quisiera recoger, y llevarlo con—
migo al sepulcro amigo ;
 
y, borrar las huellas de todo mi Pasado,
en los largos senderos que he recorrido ;
 
las huellas de lo que he sido...
 
las huellas de mis plantas, y las de mis
gritos ;
 
las de mis acciones, y las de mis escri—
tos;
 
las de mi Vida, las de mi acento ;
 
las huellas de mi Palabra, y las de mi
Pensamiento...
 
las huellas de todo lo que he vivido...
 
y, de las rosas del Silencio, coronado,
tener una Inmortalidad: la del Olvido ;
 
y, la tendré;
 
yo, no he matado ; ;
 
yo, no he robado ;
 
yo, no he traicionado ;
 
yo, do he mentido ;
 
yo, no he esclavizado ;
 
yo, no he oprimido...
 
yo, no fui un César...
 
yo, no fui un bandido ;
 
yo, no fui un esclavo ;
 
yo, no fui un tirano ;
 
tengo derecho al Olvido del Linaje Hu—
mano;
 
lo reclamo para Mí ;
 
lo he conquistado, con el solo hecho de
ser: un Hombre Honrado.
 

XII

 
La Vida en sus días últimos, cuando se
llega al límite, por un decreto íntimo de
nuestra Voluntad, tiene horas prof éticas ;
 
a su irradiación magnífica, se ven sus
senderos como a una luz mágica de luce—
ros, llenos de una calma sideral...
 
en un vuelo retrospectivo, de visiones
lúcidas ;
 
el vuelo último, de las águilas en el Cre—
púsculo...
 
¡oh dulce, oh bella, oh suave Calma
Señorial!...
 
tú eres el Pórtico del Templo Inmate—
rial;
 
del Templo de los Símbolos...
¡oh aurora de los límites del vago mun—
do Irreal!...
y, de los cielos último...
¡Salud, Calma Triunfal!
 

XIII

 
El agua no me tienta, para morir en
ella, el agua quieta, el agua lenta...
 
aunque sea muy bella, no me atrae, no
me fascina, su alma de cristal, su alma
divina...
 
amo la Melancolía de los bosques, cuan—
do muere el día ;
 
es a su sombra, sobre su alfombra, que
yo quisiera morir...
 
morir, mirando el cielo vacío, de donde
el reflejo de Dios, no baja sobre el espí—
ritu mío...
 
morir en esa calma vegetal, contem—
plando en la sombra autumnal del la—
go —por última vez —mi perfil vago, lieno de la altivez de una Suprema Sere—
nidad...
 
morir por el gesto propicio de las úni—
cas manos dignas de celebrar ese Sacri—
ficio ;
 
las manos mías ; mis manos puras ; mis
manos pías ; que acarician llenas de ter—
nuras, el brillante cañón de una pistola...
 
contemplar la tarde doliente y sola ;
 
y,. caer inerte, helado por el beso de la
Muerte ; a la sombra amiga de un rosal...
en la pompa exquisita de la Tarde triun—
fal...
 
¡qué bello debe ser eso!
 
¡oh beso! ¡beso inerte!
 
¡oh Santo beso de la Muerte!...
 
por gozarte, mi corazón desesperado
arde ;
 
¿te buscaré en el seno de los bosques?
 
¿te buscaré en el alma de la Tarde?...
 

XIV

 
¡Ah, la Canción de la Muerte, que la
Muerte nos canta en una lengua extraña!
 
¡ah, el Deseo de la Muerte, que tiembla
en nuestro corazón, como un dardo cla—
vado en una entraña! ;
 
¡ah, el Rostro de la Muerte, la Herma—
na de la Vida, ese rostro que brilla sobre
los más altos cielos, rostro sin lágrimas
ni duelos ; el rostro de nuestra última que—
rida! ;
 
¡ah, el Amor de la Muerte, con el seno
lleno de sus eternas emociones ; el Amor,
sin traiciones y sin veneno ;*el Amor que
no mata, el Amor que no hiere ; el Amor
que no acaba ; el Amor que no muere! ;
 
¡oh, la Muerte coronada de violetas
pensativas!... ;
 
¡oh, los lirios de la Muerte, entre sus
grandes manos esquivas!...
 
¡oh, los labios de la Muerte, las dos alas
del Silencio, que nos llaman, y nos cantan
el encanto de su beso, de su beso inescru—
table, que es el sello de lo Eterno!... ;
 
i oh, los ojos de la Muerte, las hogueras
del Deseo! ¡cómo brillan con las luces de
una Aurora muy remota, que es la Aurora
del Misterio!...
 
¡cómo son incitantes! ¡cómo son deses—
perantes!...
 
nos atraen, nos fascinan, nos someten
a su Imperio ;
 
¡oh, la Obsesión de la Muerte, tan cal—
mada, tan serena, pero tan invencible!...
 
no hay ojos de Mujer, no hay labios de
Mujer, no hay cabellera de Mujer, no hay
seno de Mujer, no hay manos de Mujer,
que tengan el fulgor, el perfume, el en—
canto, el calor y, la ternura, de esta atrac—
tiva, tentadora y tenaz Visión de la
Muerte ;
 
al fin nos devora, la Divina Soñadora,
y vamos a ella por nuestra propia Volun—
tad, llenos de la sublime ebriedad de un
pájaro, que disuelve sus cantos en el Seno
de la Aurora...
 
la Muerte es la Suprema Voluptuosi—
dad...
 
en el beso de la Muerte, se encierra, to—
da la Lujuria de los cielos, y toda la Lu—
juria de la Tierra ;
 
por eso es bella...
 
la Muerte, es como la Satiriasis de una
 

XV

 
La Tarde vencida, como una Esperanza
por un gran duelo asesinada, llenaba el
parque antiguo, con la gran desolación de
su mirada ;
 
sobre el follaje ambiguo, que fingía mo—
saicos de terciopelos arcaicos, el oro de la
luz hacía blondeces, sobre las cuales, des—
tacaba el obscuro verdor de los cipreses..—.
 
hora incierta y letal, oprimida de per—
fumes y, de presentimientos ;
 
había acentos de derrota en la Sinfonía
vegetal de la Naturaleza...
 
en la Ilusión precaria de las cosas, ge—
mían los secretos de la Tristeza, en el al—
ma solitaria de las rosas...
 
había estremecimientos en el cristal del
lago, pálidamente vago, pálidamente ro—
sa, donde el agua limosa, tenía tonos vio—
lentos hacia el fondo, en lo más hondo,
que parecía turbado por ios pensamientos
del día, que lentamente desaparecía...
 
los cisnes, yacían quietos ; ¡enigmas
pensativos!... parecían en la sombra, co—
mo geranios en flor..., crepúsculos in—
ciertos hidratizaban sus alas, y eran como
los ópalos de una imperial diadema, que
el alma de la Noche se ceñía... ;
 
había, mucho azul en el cielo, polvea—
do de cenizas de oro hacia el Poniente ;
 
bajo el lánguido cielo hipnotizante, se
oían rumorear las hojas quietas ;
 
los párpados martirizados por las vio—
letas de la Agonía, el Sol cerraba los
ojos, y moría... sus ojos, que parecían fa—
lenos ; llenos de estupefacción ;
 
la calma de la hora, era mórbida, con
una morbidez de Histeria ;
 
una miseria de Crucifixión, había en
ese Calvario, donde agonizaba la Tarde,
colgada de la cruz de su desastre ;
 
galeras sin lastre, galeras de ópalo, co—
rriendo hacia el naufragio, parecían las
nubes ;
 
y, sin embargo, en ese nubif ragio, había
gestos de Amor ; de un Amor ideal, que
se diseñaba sobre la campiña vaga, enro—
jecida por la Tarde homicida, llena de fu—
rores mudos, cuyos brazos desnudos, des—
pués de haber estrangulado el Sol, se ten—
dían hacia el último arrebol, en un largo
gesto infanticida...
 
la luna, aparecía, como el cadáver de
un suicida, colgada en la horca de la No—
che...
 
había un derroche de hostilidades, en
el jardín, lentamente invadido por inquie—
tantes tenebrosidades...
 
 
 
Un leve grito cruzó el espacio, como el
vuelo de un pájaro en la sombra...
 
se escuchó, el ruido de un cuerpo, que
caía sobre la alfombra de hojas del bos—
que...
 
los últimos paseantes, acudieron presu—
rosos...
 
retrocedieron miedosos...
 
una mujer yacía en el suelo, la sien
atravesada por una bala...
 
había aún estremecimientos de ala, en
su cuerpo, que bien pronto se hizo rígido...
 
del témpano pálido corría un hilo de
sangre, suavemente, y descendía hasta el
cuello...
 
sobre el rostro bello, de una inenarrable
belleza, no había una sombra de tristeza ;
 
sólo los labios tenían un rictus malo...
 
el halo de la cabellera, le hacía una co—
mo cimera dorada, en la cual se enreda—
ban los últimos hilos de la luz, que filtra—
ba a través del ramaje vesperal...
 
se diría una rosa animal, caída sobre
el follaje, y, abierta en la Noche...
 
era como el broche taciturno de un lis,
abierto en el paisaje nocturno...
 
el Agente, que había acudido a la lla—
mada de la gente, hizo detener un auto—
móvil, y piadosamente condujeron a él, el
cuerpo inmóvil ;
 
brazos generosos ayudaban ; y, cuando
ya lo colocaban adentro, sintieron algo
que rodaba sobre el suelo, y oyeron un
débil vagido...
 
era un niño, que había nacido de las en—
trañas de esa madre muerta ;
 
lo pusieron cerca de ella, y partió el
coche, en el corazón de la Noche, llena de
un alarido salvaje...
Desde entonces, vengo lleno de obsesio—
nes, buscador perpetuo de las emociones,
al paraje umbrío, donde vi morir, ese lis
del río, rosa de zafir, que mató la pena...
 
cuando el aire, llena con su melodía, del
final del día, la triste alameda, y la brisa
leda, dice sinfonías de melancolías...
 
yo, vengo al paraje, y sobre el follaje,
que sirvió de lecho a aquella suicida, yo
extiendo mi cuerpo, y abro la herida de
mi corazón...
 
y, sobre la tierra que fué humedecida
por la sangre ardiente que allí fué verti—
da, yo pongo mis labios, cual si aquellas
hojas otros labios fueran, que me besaran,
y me acariciaran y, me respondieran y,
que me dijeran, con su voz inerte, con su
ritmo lento, el por qué de este Amor de
Muerte, de este sentimiento, tan rudo y
violento, que yo llevo en Mí...
 
¡fantasma divino, de aquella suicida
que hallé en mi camino, y que dio su Vida,
tan cerca de mí!...
 
¡gloriosa Vencida, que tan cerca vi,
romper su corona de punzantes lirios!...
 
sus martirios, su corona...
 
todo en ella me obsesiona ;
 
me obsesiona tenazmente... brutalmen—
te, como el Sueño de un demente...
es la Imagen de la Muerte, que en su
cuerpo se encarnó...
 
de la Muerte, tan llamada, de la Muerte,
tan deseada, de la Muerte, que amo yo...
 
divino fantasma de la Muerte ; fantas—
ma de las horas tenebrosas...
 
yo, vengo al Bosque, a traerte rosas, olo—
rosas, voluptuosas ;
 
de este Sitio, yo he hecho un altar...
 
aquí vengo a exacerbar mis obsesio—
nes...
 
oyendo la música ilusoria de mis emo—
ciones...
 
y, cuando la tarde ha muerto ;
 
como si entrase en un desierto ; yo en—
tro en la Ciudad...
 
y, pensando en el paraje amigo que aca—
bo de dejar, me digo:
 
¿por qué no fué esta tarde?
 
¿será otra tarde?
 
y, turbado, oigo la voz del Reproche,
que me grita por la boca de la Noche:
Cobarde!
Cobarde!
Cobarde!...
 
y, pienso que para morir, siempre es
tarde...
 
¡demasiado tarde!...
 

XVI

 
Uno, a uno, van los días ;
 
y todos juntos ;
 
una, a una, van las noches ; y todas jun—
tas se van...
 
como un vuelo de cigüeñas, en la paz
del horizonte...
 
hacia la tumba...
 
hacia el Alba, que se oculta castamente,
tras de la ceja del monte...
 
¡oh! ¡dulce voto de morir!...
 
¡cómo a tu voz se marcha dulcemente
en las tinieblas!...
 
morir... morir... morir...
 
¡qué enorme Voluptuosidad hay en es—
te decir!
 
esa palabra tiene, la inexpresable ple—
nitud de un Mar...
 
morir...; es como si se dijera; besar...
besar... besar...
 
morir. . . ; ¡cómo tiemblan los labios al
decir eso!...
 
tiemblan, con la divina sensación de un
beso.
 

XVII

 
Mañana, cuando yo muera, poned mi
cuerpo, desnudo como a la Tierra vino, en
una caja de madera de pino, sin barniz,
sin forros, sin adornos vanos, de necia os—
tentación, colocad mi pluma entre mis
manos, y el retrato de mi madre sobre mi
corazón ;
 
empujad la caja mortuoria, hacia la
gran hoguera crematoria ;
 
cuando las llamas me hayan devorado,
tornad lo que de mis cenizas haya queda—
do, y, colocadlo piadosamente en el Co—
lumbario...
 
poned sobre el cenotafio, únicamente
este epitafio:
 
 
 
VARGAS VILA
 
Panfletario,
 
después...
 
alejaos, vuestra misión cumplida, y,
dejadme ser en Muerte, lo que he sido en
Vida:
 
Un Solitario.
 

XVIII

 
Hay una acre, una Señorial Melancolía,
en esta hora sombría, de brumas sin colo—
res, en que bajo el Sol apagado del Orgu—
llo, se desborda el río de los dolores...
 
en el resplandor rojo que la circunda,
como un rocío de sangre, que cae y que
la inunda, asoma el pálido rostro de la
Muerte ;
 
en su belleza inerte, se creería ver el ros—
tro de Ofelia ;
 
una luna de Enero, fundida en la pali—
dez de una camelia ;
 
un cirio tenue cuya luz de fósforo, riela
en las ondas lánguidas del Bosforo ;
 
es lá hora esplinótica, la hora frenéti—
ca, en que sentimos que la Vida nos expul—
sa, con su mano convulsa, fuera de los lí—
mites de su Imperio ;
 
yo, amo prolongar los debates volup—
tuosos, de esa última hora, suave y con—
soladora, Madre fecunda de todos los re—
posos ;
 
sé que ése ha de ser mi último Exilio...
 
mi último viaje ; intempestivo y sin au—
xilio, a los lejanos países del Misterio...
 
yo, amo ese camino solitario, adoro ese
éxodo voluntario y divino, hacia la costa
sagrada e invisible ;
 
todo es preferible a la Vida brutal, a su
Imperio animal, ciego y devastador...
 
¡escapar a las manos del Dolor! . . .
 
¡escapar a las manos de la Pena! . . .
 
¡romper esa cadena, que nos ata a la
Vida!...
 
¡dejarla despedazada, vencida!...
 
y, desafiar a Dios, diciéndole:
 
¿eres Omnipotente?
 
impídeme morir...
 
no lo podrás...
 
rompo tu yugo falaz ;
 
violo tu Voluntad inclemente ;
 
me río del imperio de tus leyes...
 
¡oh! ¡Rey de los reyes!...
 
¿tú, no quieres que muera? pues yo
muero...
 
mi querer altanero, puede más que tú ;
 
yo, soy un Hombre Libre. . .
 
después, que yo haya muerto, \ qué me
importa que tu anatema vibre?
 
si el rayo de tu cólera zumba ;
 
será un rayo caído en el Desierto...
 
i qué podrá tu cólera contra un muerto,
hecho polvo en el polvo de la tumba?. . .
 
el muerto reirá de ti ;
 
aislado en tu divina Insolencia ; \ qué
dirás de la sonrisa de ese puñado de ceni—
za, que ríe de tu Omnipotencia?...
Preferido o celebrado por...
Otras obras de Vargas Vila...



Top