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La disculpa

Lo siento,
alma mía,
por tenerte aprisionada.
 
Perdóname por volverte esclava
de esta insoportable asfixia
que te carcome y te mata.
Perdóname por quitarte las alas.
 
Pero es que el mundo está hecho de tanta mierda,
y yo soy un cobarde.
Tengo miedo,
no me atrevo a ser libre,
poder liberarte.
El alma no puede huir de su esencia,
lo sé,
y mucho menos ir en contra de ella,
pero es que tú eres
tan jodidamente rebelde,
que para saciar tu sed
habría que exprimir la lluvia de todos los cielos,
que para entender tu idioma
habría que hacer aprender a hablar a las flores,
y para iluminar tu deseo
habría que incendiar la noche de fuego.
 
Perdóname,
alma mía,
Por privarte de los bailes
y los besos,
y las risas,
por quitarte el aire,
limitarte los versos
y amputarte aquellos desnudos pies
que gustan de andar y andar
sin rumbo, sin miedo,
en plena libertad
(como las nubes que jamás se quedan estáticas,
como el agua, las horas, el viento).
 
Perdóname,
vida mía,
lo siento.
Pero la libertad tiene un precio alto
que yo no puedo pagar,
y la tierra de clima perfecto
y de calles angostas donde jamás te pierdes,
queda lejos, muy lejos.
La piel se siente extranjera
y la sangre es caprichosa,
inquieta.
 
Absuélveme,
alma.
 
Al joderte,
sé que me he condenado.
Y entiendo que tu venganza,
despiadada y cruel,
es enfermarme,
hacerme sentir muerto
todos los días
y todas las horas;
llevarme a tu oscura celda
donde transcurre la lenta agonía
de ser prisionero
de la vida y los sueños.
 
Absuélveme, amor.
 
Absuélveme, vida.
 
Absuélveme.
 
Absuélveme.
 
< VDL >

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