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Adiós

Dejarte fue como la muerte,
triste e irrevocable.
Ahora me hundo en tu ausencia
y en la eterna verdad de que estoy solo.
En la oscura vigilia, mis ojos ven tu rostro
que como un sol terrible brilla opacándolo todo.
¡Un rígido destino, despiadado, me lleva a recordarte!
Este frívolo azar que me entregó tu cuerpo
ahora me exige levantar la vida
que desde que no estoy yace inerte
bajo el peso brutal de tu recuerdo.
¡Cruel será verte levantar la tuya!,
volando renacida como un Fénix
sobre el polvo disperso de lo que fui.
¿Qué sublime razón te ha convertido
en todas las mujeres
y en un fantasma omnipresente
que va llamándome y llamándome...?
Correría a tu encuentro a decirte estas cosas
pero no tengo piernas... ni voz.
No sé quién te está diciendo adiós.
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