Hoy me quito tu nombre, termino de saciarme de esa voz que me daba vida. La oscuridad se me hace eterna y el perro ya no ladra a mi entrada. El café me sabe a tu recuerdo y el calendario ya no anuncia otro día.

Al llegar, dejé de lado mis ilusiones y me dispuse a pensar en mi, en lo que fuimos y en lo que pudimos ser.

No hay peor lamento que saber que solo existimos sin existir, que la vida por mas que de vueltas siempre llega al “te extraño”, que las miradas, por mas que sean profundas, siguen siendo miradas.

Siguen en mi memoria las últimas palabras que pronunciaste antes de partir: Siempre es lo mismo...

No pretendo que con esto vuelvas a mi; pretendo que rememores aquella tarde de enero cuando mi voz dijo por primera vez, de la manera mas sincera posible: Te quiero.

Esta es mi despedida. Aquí concluimos en punto final lo que algún día se quedo en puntos suspensivos. No llores, por favor, recuerda que aquí, quieras o no, se te nombra de la manera mas perfecta. Tu nombre, tu voz, tus ojos, son el motivo perfecto para saber que sigo vivo, para saber, que aún te extraño.