Hay en mis venas un nombre de azufre,
una guitarra de eco rumoroso y vacío,
lleno de caminos, de combatiente franja,
de desnuda muerte adentro del nitrato;
una vocal, es un cóndor de herida humana,
íntima, encendida con las bocas
que huyeron dejando al cielo y su voz;
aún, quiero tu sueño de eternidades sumisas,
quiero el fulgor de tus brazos enemigos,
inmóvil, en cada laguna y caricia de trigo;
besar, ya ausente de orillas: tu soledad.
Hay espesura, entre el dolor y el silencio;
crecían, desmedidas, las raíces de cobre;
crecía, un amor a otoños de flechas
hasta descender por tu espalda, en tus ojos,
mirándonos, al alma, llanura de marino amor.